Clases de textos (o de modalidades textuales):
a)
Textos narrativos. El tipo de estructura más habitual es la secuencial: la narración es una sucesión de hechos. También podemos
encontrar en los textos narrativos secuencias descriptivas y dialogadas.
b)
Textos descriptivos. Lo importante es el orden
espacial, la ordenación de los elementos en el espacio, se emplean
conectores espaciales. Las descripciones parten de un tema, pueden ser exhaustivas o fijarse solo en los aspectos más destacados, pueden ser objetivas
o subjetivas, literarias o técnicas.
Se pueden describir objetos, lugares o personas. La descripción de personas puede ser física (prosopografía) o interior (etopeya); normalmente se combinan
rasgos físicos y morales, al conjunto se le llama retrato.
c)
Textos dialogados. La organización se basa en una
serie de intervenciones.
d)
Textos expositivos. La estructura más frecuente es presentación,
desarrollo del tema y conclusión.
e)
Textos argumentativos. Las estructuras más frecuentes son la analizante (tesis o idea principal y
argumentos o ideas secundarias) y la sintetizante
(argumentos o ideas secundarias y tesis o idea principal). Cuando a la
estructura analizante se le agrega de nuevo la tesis al final a modo de
conclusión, se llama estructura de
encuadre o circular. Otras estructuras empleadas en los textos
argumentativos son la paralela, la concéntrica y la de pregunta-respuesta. Cuando se combinan
exposición y argumentación, el texto es expositivo-argumentativo.
Los argumentos empleados pueden ser razonamientos,
ejemplos, casos, datos, citas de autores, etc.
Para la clasificación de los textos, hemos
de fijarnos en cuál es la intención dominante, porque lo normal es que se
presenten en un mismo texto distintas modalidades. En un texto narrativo,
podemos encontrar, como hemos visto, las modalidades descriptiva y dialogada,
junto a la modalidad dominante, que será la narrativa. La modalidad
descriptiva, a su vez, no suele aparecer sola, sino que lo normal será que se
presente combinada con la narrativa. Los textos argumentativos, por su parte,
suelen ser en realidad expositivo-argumentativos, pues siempre habrá partes
expositivas en ellos. Es más raro encontrar textos que sean puramente
argumentativos. Los textos expositivos presentan unas características más definidas,
aunque también es frecuente que en ellos se incluyan partes descriptivas.
No
hay que confundir los géneros literarios con los tipos de texto, aunque en algunos casos se dan coincidencias, como
ocurre con el género narrativo y la modalidad narrativa o con el género
dramático y la modalidad dialogada. Recordemos que los principales géneros
literarios son el narrativo, el dramático, el lírico y el ensayístico.
El género lírico tiene dos
manifestaciones, en prosa y en verso. La más habitual es la del verso, conocida
como poesía lírica. Constituye en realidad otro tipo de modalidad textual, en
la cual también podremos encontrar narración, descripción e incluso diálogo.
En el género ensayístico la modalidad
predominante es la argumentativa.
LA POESÍA LÍRICA
La poesía lírica es un género muy
antiguo; surgió de la necesidad del ser humano de expresar sus sentimientos.
Las dos funciones del lenguaje que predominan en este género son la expresiva y
la poética. A través de la poesía lírica se manifiestan emociones, estados de
ánimo, ideas… Es un género subjetivo, con tendencia al intimismo. Quien se
expresa en él es un yo poético que no
hay que confundir necesariamente con el autor; en la poesía contemporánea, sin
embargo, aparecen también un tú
o una tercera persona, a los que el
poema se dirige. Debido a la presencia la función expresiva, son frecuentes los
recursos expresivos del lenguaje, como las exclamaciones, los apóstrofes, las
interrogaciones retóricas, etc. A pesar de este predominio de lo expresivo,
pueden aparecer a veces elementos narrativos y descriptivos, más acusados
también en la lírica contemporánea.
Con la función poética, se usa la
lengua de una forma especial, con una intención estética. La búsqueda de un
estilo original obliga al autor a utilizar recursos literarios que sorprendan
al lector. Se emplean recursos de la forma, como anáforas, paralelismos
sintácticos, hipérbatos, etc. Los recursos del contenido más importantes son la
metáfora, la metonimia, el símbolo, el símil o comparación, la personificación,
la antítesis, la paradoja y el oxímoron. De todos ellos, el más destacado es la
metáfora. Existen diversos tipos de metáfora, unas basadas en una semejanza
lógica y otras en una relación intuitiva entre el término real y el término
imaginario. Según la forma, se distinguen también diversas clases de metáfora,
desde la más simple (R es I) hasta la
más rebuscada, en la que el término imaginario sustituye al término real
(conocida como metáfora pura).
En la poesía, las palabras se suelen
usar con un sentido figurado: es muy importante a este respecto la connotación,
que es el conjunto de significados subjetivos que se añaden a las palabras.
En la forma de la poesía es
fundamental el ritmo: la poesía es ritmo, un himno gigante y extraño (como decía Bécquer) que se trata de expresar con el lenguaje. Ese ritmo puede ser
regular, basado en la repetición de unos mismos esquemas; es el que se utilizó
hasta finales del siglo XIX. Los versos más empleados en la poesía española de
todos los tiempos han sido los heptasílabos, los octosílabos, los endecasílabos
y los alejandrinos. Entre los tipos de composiciones, han destacado el soneto
(con sus distintas variaciones), el romance y la silva. Desde finales del siglo
XIX, sin embargo, se ha utilizado también en la poesía un ritmo irregular, el
cual ya no se basa en la repetición de una rima o de unos determinados patrones,
sino en una especial ordenación de todos los elementos lingüísticos. Cada poema
tendrá así su propio ritmo, determinado por su contenido. Nacieron de esta
manera los versos libres y la prosa poética, muy cultivados a lo largo del
siglo XX.
Los temas que más se repiten en la
poesía son el amor (con múltiples facetas), la naturaleza, la vida, la muerte,
el paso del tiempo, la religión, etc. Los sentimientos que estos temas han
originado han sido muy diferentes, según la época en que los poemas fueron
escritos. Así, en el Romanticismo han sido por lo general unos sentimientos muy
exaltados, característicos de un alma apasionada.
Algunos de estos temas han tenido un
tratamiento muy concreto, dando lugar a lo que se conoce como tópicos
literarios. Algunos de los tópicos literarios más cultivados han sido los
siguientes: el carpe diem (“coge el
día o disfruta el momento”), el tempus fugit
(“el tiempo huye”), el poder igualatorio de la muerte, el ubi sunt (“dónde están”), el locus amoenus (“el lugar ameno”), el beatus ille (“dichoso aquel que vive en
el campo, lejos de la ciudad”).
A lo largo de la historia, se han
distinguido diferentes subgéneros líricos. Los más importantes han sido la
elegía, la égloga y la oda.
Se ha cultivado una poesía popular y
una poesía culta. La poesía popular ha sido anónima, aunque los poetas cultos
también la han imitado. En el desarrollo de la poesía culta, ha habido etapas
fundamentales, como el Renacimiento, el Barroco, el Romanticismo y el primer
tercio del siglo XX. En la lírica contemporánea, se dan por lo general muchas
tendencias, algunas de ellas adaptadas a las características culturales de
nuestro tiempo.
EL TEATRO
El teatro presenta dos dimensiones:
el texto y la representación. Es un género que está concebido por lo general
para ser representado ante un público en un escenario. Desarrolla una historia
que se manifiesta a través de las palabras, los gestos y las acciones de unos
personajes. Puede estar escrito en prosa o en verso. El público que asiste a la
representación participa de algún modo en el desarrollo de la obra con sus
distintas reacciones; en el siglo XX llegará a tener incluso un papel
importante, pues habrá textos que interactúen también con él.
Dentro del teatro, se distinguen
subgéneros mayores y subgéneros menores. Los mayores pueden ser de tres clases:
tragedia, comedia y drama.
La tragedia presenta un conflicto
entre un héroe y la adversidad, ante la cual sucumbe. Se caracteriza por la
idealización del ambiente y por un lenguaje elevado. El desenlace es doloroso y
recibe el nombre de catástrofe.
La comedia presenta conflictos
supuestos, situaciones falsas o personajes ridículos. Es también reflejo de la
vida diaria, en el que subyace un sentido crítico. La acción se resuelve casi
siempre con un desenlace feliz.
El drama es un subgénero que tiene,
como la tragedia, un conflicto doloroso; pero no lo sitúa en un plano ideal,
sino en el mundo de la realidad, con personajes menos grandiosos que los héroes
trágicos y más cercanos a la humanidad corriente. Una forma del drama fue
conocida como tragicomedia, en la cual se mezclaban elementos trágicos y
cómicos.
Entre los subgéneros menores,
destacan el auto sacramental, el entremés, los pasos, los monólogos, el sainete
y la farsa. También ha existido un teatro musical en forma de óperas y
zarzuelas.
El teatro en lengua romance surgió en
el interior de los templos, con motivo de las grandes celebraciones litúrgicas.
En el Siglo de Oro aparecieron los corrales de comedias, que fueron los
primeros edificios públicos donde se llevaron a cabo representaciones
teatrales.
En la obra teatral hay que distinguir
lo que es el texto principal y lo que es el texto secundario. El texto
principal puede adoptar diferentes formas: diálogo, monólogo y aparte. El
diálogo consiste en una sucesión de intervenciones; a veces adquiere un
carácter narrativo, cuando un personaje relata algún episodio que ha ocurrido
fuera del escenario. Durante bastante tiempo tuvo mucha importancia en los
diálogos el decoro, el ajuste entre el carácter del personaje y su manera de
hablar.
El monólogo es un parlamento en el
que un personaje declara en voz alta sus pensamientos y emociones: el discurso
no se dirige a ningún interlocutor, sino a sí mismo. Cuando el personaje revela
lo que piensa o lo que siente al espectador, se llama soliloquio. Los apartes
son intervenciones muy breves, normalmente de carácter cómico, en las que un personaje
habla de manera que parezca que los otros personajes no lo oyen.
El texto secundario está formado por
las acotaciones, que suelen aparecer en letra cursiva y entre paréntesis.
Pueden ir al principio de la obra, al comienzo de los actos o en medio de las
intervenciones de los personajes. En ellas se da cuenta de lo que estos hacen,
de sus entradas y salidas, de cómo van vestidos, de cómo es el escenario, etc.
En el teatro actual ha disminuido la importancia de las acotaciones; sin
embargo, en otros tiempos llegaron a tener una gran notoriedad, como en el
teatro de Valle-Inclán o de García Lorca.
En el estudio de un texto teatral es
muy importante el análisis de la acción dramática, del tiempo y del espacio. La
acción suele tener una estructura externa, dividida en actos, cuadros y
escenas. La estructura interna tiene que ver con el propio desarrollo del
conflicto.
Las dos funciones del lenguaje que
tienen más relevancia en la obra teatral son la expresiva y la apelativa. En el
teatro, como en la poesía, son muy destacados los recursos expresivos de la
lengua, junto a las apelaciones, los vocativos y las formas de imperativo que
son característicos de la función apelativa. En ciertos momentos de la obra
también puede cobrar importancia la función poética.
LA NOVELA
La novela, como el cuento, pertenece
al género narrativo. En él un narrador cuenta una historia que les sucede a
unos personajes en un lugar y un tiempo determinados. La novela se caracteriza
por ser una narración extensa: a diferencia del cuento, que es más intenso,
permite un desarrollo más pormenorizado de todos los elementos que conforman la
narración. Mezcladas con las partes narrativas, en una novela también pueden
aparecer descripciones y diálogos. En la literatura contemporánea, son
frecuentes las digresiones, que son reflexiones o comentarios más o menos
extensos que rompen el hilo del discurso y que se refieren a cosas que no
tienen una conexión directa con aquello de que se estaba tratando.
La novela moderna surgió en el siglo
XVI con el Lazarillo de Tormes y Don Quijote de la Mancha. Estas obras se
apartaban de los modelos novelescos anteriores por su acercamiento a la
realidad y por la presentación de unos personajes que van evolucionando a
medida que se desarrollan los hechos. En la literatura contemporánea, la novela
aparece como un género abierto, muy difícil de definir. Según Ernesto Sábato,
el verdadero territorio de la novela actual es la propia conciencia del hombre.
Se pueden distinguir distintos subgéneros novelescos, según el tema o el estilo
que tengan. Algunos de los más cultivados han sido la novela histórica, la
novela policíaca y la novela de aventuras.
El narrador no coincide
necesariamente con el autor: el narrador es la voz que cuenta la historia; esta
voz se puede presentar en primera, segunda o tercera persona. Aunque la novela
está dirigida a un lector, a veces contiene un destinatario interno, al que se
dirige el narrador en su discurso.
El narrador puede ser de dos clases:
interno o externo. El narrador interno coincide con uno de los personajes de la
novela, ya sea el protagonista o un personaje secundario de ella. En estos
casos, se trata de una narración en primera persona, de un relato en forma
autobiográfica.
El narrador externo es ajeno a la
historia, por lo que utiliza la tercera persona. Suele ser un narrador
omnisciente, que fue el que predominó en la novela hasta el siglo XX: se le
llama así porque lo sabe todo y porque penetra en el interior de los
personajes. En el siglo XX surgió también un narrador objetivo que se limita a
contar lo que hacen o dicen los personajes, como si fuera un mero testigo de
los hechos. En la novela contemporánea también es frecuente que la historia se
cuente desde el punto de vista de un personaje o desde el punto de vista de
muchos de ellos, surgiendo así otros tipos de narradores, a veces un tanto ambiguos.
Los personajes se clasifican, según
su importancia, en protagonistas y secundarios. Los protagonistas a veces
tienen un adversario, al que se le llama antagonista. Hay novelas que presentan
también multitud de personajes, sin que ninguno de ellos se erija en
protagonista: en estos casos hablamos de personaje colectivo o de novela
colectiva (La colmena de Camilo José
Cela es un ejemplo de ello).
Los personajes secundarios son muy
importantes en una novela: hay obras en las que constituyen una auténtica
galería, con la cual se caracteriza un determinado ambiente de la sociedad,
como ocurre en muchas novelas de Pío Baroja.
Los personajes de una novela van
evolucionando a lo largo de ella. En su caracterización, son muy importantes
las descripciones y los diálogos. A la descripción completa de un personaje
(física y psicológica) se le conoce como retrato. Junto a los diálogos, hay que
destacar también las introspecciones, los pensamientos de los personajes. Para
reproducir lo que los personajes han dicho o han pensado, se usan diversas
técnicas, como el estilo directo (en forma de diálogos), el estilo indirecto,
el estilo indirecto libre y el monólogo interior.
La descripción de los lugares es otro
aspecto fundamental de la novela. Se pueden encontrar diversas clases de
lugares: rurales, urbanos, de interior, de exterior, etc. En la novela del
siglo XX son muy abundantes los espacios urbanos.
El tiempo es un elemento esencial de
la novela; en gran parte, el éxito de ella depende del modo en que el autor
desarrolla los hechos en el tiempo. La organización de los hechos puede ser
lineal o no: en las novelas tradicionales el argumento seguía un orden lineal,
a veces interrumpido por algunas retrospecciones; en cambio, en las novelas
contemporáneas, este orden se altera con frecuentes saltos hacia adelante o
hacia atrás en el tiempo; en ocasiones, incluso las historias han empezado por
el final y han retrocedido después al inicio de los hechos.
Cada novela tiene su propio ritmo
narrativo. En él hay que tener en cuenta diversas técnicas: las pausas
descriptivas, en las que la acción no avanza; los resúmenes de los
acontecimientos, en los que el narrador cuenta de forma abreviada lo que pasa;
las elipsis, las omisiones de episodios que dejan de contarse en la historia,
etc.
EL ENSAYO
Definición.
Es un género moderno que ha surgido
como vehículo del pensamiento. El término ensayo
fue, de hecho, utilizado por primera vez por el francés Michel de Montaigne
a finales del siglo XVI; en España no se generalizó el concepto actual hasta el
siglo XIX. El ensayo se escribe en prosa, es de extensión variable y puede
versar sobre distintos temas, con un carácter claramente reflexivo.
Los temas, por tanto, pueden ser muy
variados: filosóficos, históricos, científicos, literarios, religiosos… El
ensayo admite, quizá por esta misma diversidad temática, diferentes formas y
estilos. Se trata de un género que ha estado muy ligado a la literatura y, en
los últimos tiempos, también al periodismo.
Características.
A pesar de esta variedad, los textos
ensayísticos suelen reunir unas características comunes, como son las
siguientes:
·
Modalidades textuales. Se utilizan fundamentalmente la exposición y la
argumentación; la argumentación es imprescindible para justificar las opiniones
o las ideas que se presentan en los textos; los argumentos pueden ser razones
verosímiles o probables, ejemplos significativos, experiencias personales o
citas de autores.
·
Finalidad.
El fin principal del autor del ensayo es persuadir al lector, no solo de las
ideas que se exponen, sino también de lo bien argumentadas que están; por ello,
se trata de textos que a menudo tienen un carácter dialógico, ya que se dirigen
a un receptor (explícito o implícito).
·
Rasgos gramaticales. Debido a ese mismo carácter dialógico, se suelen utilizar vocativos
para interpelar al lector, formas verbales y pronominales de segunda persona,
oraciones pertenecientes a las modalidades interrogativa e imperativa; cuando
el destinatario no aparece, se recurre a formas impersonales o a un sujeto
múltiple, representado por el pronombre nosotros.
·
Estructura.
Los textos ensayísticos presentan con frecuencia una estructura abierta: los
contenidos se organizan con cierta libertad y no existe un esquema rígido que
determine el desarrollo del pensamiento del autor; son, además, habituales las
digresiones, cuando el tema principal deriva hacia otros y se incluyen
fragmentos de diversas formas y tipos, como narraciones, descripciones,
ejemplos o citas.
·
Estilo. El
discurso ensayístico emplea la lengua estándar, con voluntad de claridad y
corrección. Suele incluir voces y modismos coloquiales, neologismos,
etimologías… Frente al discurso científico, prescinde de notas y de
bibliografías sistematizadas, se utilizan pocos tecnicismos (se dirige a un
público culto, pero no especializado) y predomina el vocabulario abstracto de
tipo humanístico. La actitud estética
del autor se manifiesta en el empleo de un lenguaje connotativo y de recursos
expresivos; no son raras en los ensayos las metáforas ni cualesquiera otras
figuras que puedan embellecer la lengua y reforzar al mismo tiempo el
contenido. Muchos de nuestros mejores ensayistas del siglo XX son también
grandísimos escritores, como le ocurre a Unamuno, Pérez de Ayala, Francisco
Umbral o Fernando Savater, por citar
algunos ejemplos.
El ensayo, pues, tiene un carácter
subjetivo: se trata, ante todo, de una reflexión acerca de un determinado tema,
estrechamente vinculado al contexto histórico y cultural en el que se genera.
De ahí que la prosa ensayística del siglo XX esté quizá más ligada que otros
géneros a los acontecimientos, procesos y movimientos ideológicos que marcaron
esta época. Entre fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX se
publicaron obras muy importantes en la historia del ensayismo español, tanto en
lo que se refiere a los temas tratados como a los aspectos discursivos, que
contribuyeron a establecer el modelo del ensayo moderno.
Orientaciones
ensayísticas generales.
Los escritores del 98, inmersos en la
crisis por la que pasaba España a finales del siglo XIX, orientaron sus textos
ensayísticos hacia la realidad del país, tratando de desentrañar las claves que
conformaban la identidad nacional, impresa en su cultura, sus gentes y su
paisaje. Reflexionaron sobre los problemas de España y aportaron nuevas
propuestas, en ocasiones basadas en el irracionalismo, con un estilo que en
ellos venía a ser muy característico. Los dos ensayistas más destacados fueron
Unamuno y Azorín.
Los escritores novecentistas, por su
parte, también procuraron la reforma y la modernización del país, aunque desde
presupuestos muy diferentes, entre los que destacó su tendencia europeizadora,
muy ligada a la idea de la construcción de un Estado liberal moderno. Ortega y
Gasset fue su principal representante.
El ensayo de los años cuarenta y
cincuenta está marcado por la situación de posguerra. Fuera de España, hay que
mencionar una vez más la labor ensayística de Francisco Ayala. Dentro, los
autores se dividen entre los que están cerca de los valores del régimen y los
que se desvinculan de la realidad de la época y se preocupan a veces de temas
insustanciales.
En los años sesenta y setenta se
difunden las corrientes de pensamiento procedentes de otros países. Se practica
un ensayismo más crítico, muchas veces sobre temas históricos y políticos.
A partir de los ochenta decae el interés
por la política y se produce un predominio de textos dedicados a reflexiones
éticas y estéticas. Así, son muy notables los que analizan los cambios que se
observan en la sociedad contemporánea. Hay también un acercamiento cada vez más
acentuado a la literatura y una mayor indeterminación del género, que se mezcla
con otros como las memorias, la biografía, el diario y el artículo
periodístico.
EL PERIODISMO: PRINCIPALES SUBGÉNEROS PERIODÍSTICOS.
Orígenes. Aunque ya en los siglos XVII y XVIII existieron
publicaciones periódicas en forma de gacetas y de diarios, la consolidación de
la prensa no se produjo hasta el siglo XIX, impulsada por los avances
tecnológicos, la ampliación y agilización de las comunicaciones, la utilización
del ferrocarril y la reducción del analfabetismo. En esta época se dio una
estrecha relación entre la literatura y la prensa, especialmente a través de un
género característico de la 1ª mitad del siglo, el artículo de costumbres,
cultivado por Mariano José de Larra entre otros. En la 2ª mitad muchos autores
publicaron sus obras en este medio: los géneros de más éxito fueron el folletín
y la novela por entregas.
En el siglo XX, la prensa se convertirá en un medio de
comunicación de masas. El periódico pasará a ser una empresa económica de un
inmenso poder e influencia, como se demuestra con los grupos de comunicación
que se han creado. Junto al periódico tradicional, también ha surgido en los
últimos años el periódico digital, de una gran proyección.
Subgéneros periodísticos. Se distinguen tres géneros periodísticos, según la
finalidad y el carácter que los presiden: los informativos, los de opinión y
los híbridos.
Los subgéneros informativos son tres: la noticia, el reportaje y la entrevista.
La noticia.
Es el subgénero más básico y característico del periodismo. Consiste en el
relato de un hecho real que ha ocurrido recientemente y que suscita el interés
general. El periodista debe contar lo sucedido de manera objetiva, sin opinar
sobre ello. La noticia ha de ser breve y concisa, centrada en los datos más
importantes, tratando de responder a las preguntas ¿quién?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo? y ¿por qué?
La noticia presenta una estructura muy definida:
titular, entrada o entradilla y cuerpo de la noticia.
El titular es una especie de enunciado de la noticia
que se destaca con una letra negrita de mayor tamaño; debe ser breve y
atractivo y a veces va acompañado de un subtítulo o sumario.
La entrada o entradilla es un resumen de lo más
significativo de la noticia; suele ir destacada también con otro tipo de letra,
en negrita o en cursiva.
El cuerpo de la noticia está constituido por los
párrafos en los que se ofrece la información completa de lo ocurrido. Se
aportan primero los datos más importantes para dejar para el final detalles más
prescindibles, de modo que el interés informativo se organiza en forma de
pirámide invertida.
El reportaje.
Es una noticia ampliada sobre hechos de interés general, lo que permite un
estilo más personal. Es el producto de una investigación más detenida. Puede
ser el reportaje de interés humano, de carácter social o de diálogo, en el que
varias personas opinan sobre un hecho concreto.
La entrevista.
Suele comenzar con una presentación del entrevistado, seguida de una relación
de preguntas y respuestas. Puede ser de varias clases: entrevista de
declaraciones, que se realiza a un personaje sobre un tema determinado;
entrevista de personalidad, en la que se intenta traslucir la personalidad del
entrevistado y que suele ir acompañada de fotografías, y entrevista con
fórmulas establecidas, en forma de test.
Los subgéneros de opinión son también tres: editorial, artículo de fondo o de opinión y
crítica.
El editorial.
Se publica en una página destacada; aparece sin firma, refleja la línea
ideológica del periódico; es responsabilidad del director o del consejo de
redacción. Se refiere siempre a un tema de actualidad.
El artículo de
fondo o de opinión. Un autor expone de forma subjetiva su opinión acerca de
cuestiones culturales, religiosas, políticas, etc. El artículo de opinión puede
presentarse por lo general bajo las siguientes formas:
·
Columna: Suele
presentar la forma de una columna; es un comentario firmado, normalmente breve,
que aparece en un lugar determinado del periódico.
·
Tribuna libre:
Expresa la opinión de un especialista sobre diversos campos.
·
Comentario:
Trata temas de política nacional o internacional y se inserta en la sección
correspondiente a estas cuestiones.
·
Artículo-ensayo: Es una reflexión argumentada sobre temas relacionados con las
humanidades, las ciencias o algunas situaciones políticas o sociales, con citas
de autoridad y con abundantes referencias históricas y culturales.
Los artículos combinan a menudo la
exposición y la argumentación. En los últimos tiempos, sin embargo, se han
empleado también textos narrativos, algunos con un carácter muy literario.
La crítica,
por su parte, es un texto en el que se analiza y enjuicia una obra artística o
cultural, como una película, una exposición, una representación teatral, un
libro, etc.
Los subgéneros híbridos son aquellos que
mezclan información y opinión. Entre ellos, los más importantes son la crónica, el reportaje interpretativo y la entrevista
que incluye los comentarios del periodista acerca de la persona entrevistada.
La crónica
es también una noticia ampliada, en la cual se incorpora una valoración o
interpretación personal de los hechos. En la crónica se emplean a menudo
recursos propios de la literatura. Hay muchas clases de crónicas, dependiendo
de los temas que traten: locales, deportivas, taurinas, parlamentarias, de
sociedad…
El reportaje
interpretativo se diferencia del informativo en la valoración o
interpretación que hace el reportero de los hechos sobre los que informa.
El
lenguaje periodístico. El lenguaje
periodístico es una mezcla de registros y recursos procedentes de diversos
campos. Sin embargo, la rapidez con que se elaboran las noticias y las
traducciones de informaciones extranjeras es causa de errores y descuidos que,
debido a la influencia de los medios de comunicación, pasan con frecuencia al
lenguaje común.
El
lenguaje de los titulares. Un buen
titular debe condensar en pocas palabras lo esencial del texto que le acompaña.
Pueden ser los titulares objetivos, si son fieles a la noticia, o subjetivos,
si destacan aspectos parciales o reflejan la opinión del redactor. Por la
economía lingüística que los rige, es frecuente que se omitan verbos, dando
lugar a estructuras nominales; también se recurre a veces a frases proverbiales
o literarias, con ligeras modificaciones.
La
lengua en el periodismo. Debe
emplearse la lengua de un modo claro, correcto y sencillo. Estas
características varían en función del subgénero o del contenido; así, en un
artículo de opinión o en una crónica se permite un estilo más variado; de
hecho, no es raro encontrar artículos que son auténticas piezas literarias.
Algunas secciones (como las de economía, ciencia, etc.) incluyen asimismo un
tipo de lenguaje especializado que no siempre es comprensible para el lector
común.
Se utilizan a menudo recursos o figuras
del lenguaje literario, como metáforas, hipérboles, metonimias, paronomasias…
Otras veces se recurre a expresiones del
lenguaje coloquial, cuyo abuso es censurable. El lenguaje administrativo y
político también suministra vocablos, como palabras derivadas, perífrasis,
rodeos, eufemismos, etc.
Una característica muy destacada es sin
duda el frecuente uso de extranjerismos, muchos de ellos anglicismos: marketing, catering, prime time, top model…
Como se ha apuntado antes, se cometen
con frecuencia errores o se cae en determinados vicios, debido a la inmediatez
con que se redacta o se traduce, como la sustitución de preposiciones por giros
prepositivos que no son propios de nuestro idioma (a nivel de, en base a…), el uso de extranjerismos innecesarios, de
neologismos de diverso tipo, de siglas, frases hechas, tópicos, etc.
La poesía lírica del siglo XX hasta
1939
Este período puede ser dividido en tres
etapas: la que coincide con el Modernismo y la Generación del 98 (últimas
décadas del siglo XIX y primeros años del XX), la del Novecentismo o Generación
del 14 y la que se corresponde con la Generación del 27, cuya labor se prolonga
durante gran parte del siglo XX.
El Modernismo no es solo un movimiento artístico y
literario. Es también una época, una época de crisis y de búsqueda de nuevos
valores. Es un movimiento que afecta a todos los órdenes de la vida y que
presenta por ello muchas caras; surgió en el campo de la teología y de él se
extendió a otros terrenos.
El Modernismo representa un arte nuevo, caracterizado por el afán de
modernidad. En literatura, este movimiento tiene su origen en dos corrientes de
la poesía francesa de la segunda mitad del siglo XIX, el Parnasianismo y el
Simbolismo, en los cuales se pueden encontrar ya los rasgos esenciales que
después lo caracterizarían.
El Modernismo literario surgió en Hispanoamérica de la mano de una serie
de poetas, entre los que destaca el cubano José Martí, uno de los grandes
ideólogos de la nueva realidad americana. Con el Modernismo, la literatura
hispanoamericana alcanza su madurez. El
líder de este movimiento es el nicaragüense Rubén Darío, cuyas obras ejercen
una gran influencia en otros autores. El género más cultivado es la poesía. En
el estilo modernista sobresalen los valores sensoriales y los efectos rítmicos
del lenguaje. La desazón romántica, la evasión en el espacio y en el tiempo, el
cosmopolitismo, el sentimiento americano, son algunos de sus temas más
característicos.
El influjo de Rubén Darío fue decisivo en el devenir del modernismo
español. Sin él, nuestros poetas modernistas hubieran seguido otro rumbo. Entre
ellos, destacan Salvador Rueda, Manuel Reina, Francisco Villaespesa, Manuel y
Antonio Machado, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez. Algunos de ellos no
abandonaron la línea modernista instaurada por Rubén Darío, como ocurrió con
los cuatro primeros. Se ha destacado también una corriente posmodernista, de
tono meditativo, representada entre otros por Ramón de Basterra y por el
canario Tomás Morales. Antonio Machado, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, por
su parte, se apartaron del modernismo para seguir otros caminos. En general, el
modernismo español es más intimista; se puede comprobar en los libros iniciales
de Antonio Machado y de Juan Ramón Jiménez, en los cuales se aprecia un tono más
romántico, con una clara influencia
simbolista.
La Generación del 98, surgida a finales del siglo XIX, es un movimiento
exclusivamente español. Pertenece a la época del Modernismo. La pérdida de las
últimas colonias españolas desató una intensa polémica: a la crisis social,
económica y política que ya había se vino a sumar ahora una preocupación
ideológica, centrada en el tema de España. Campos
de Castilla de Antonio Machado es un claro ejemplo de todo ello: en esta
obra, el autor abandona el modernismo para expresar con un estilo más personal
todo lo que le inspiraba su nuevo interés por la realidad española. Dotado de
una gran sensibilidad, concibió la poesía como una honda palpitación del
espíritu. Destacan el paisaje de Soria, descrito en unos versos bellísimos, y el
dolor por la pérdida de la esposa. Gran parte de su última poesía fue de
carácter filosófico.
Unamuno también cultivó la poesía: en ella aparecen los temas que a él
más le preocupaban, expresados de una forma muy intensa.
En torno a 1914 surge una nueva generación de intelectuales, conocida
como Novecentismo o Generación del 14. Con ella se desarrolló un nuevo concepto
de poesía intelectual, cuyo máximo ejemplo fue la poesía pura que cultivó Juan
Ramón Jiménez a partir de una cierta época. El libro con el que se produjo el
cambio fue Diario de un poeta recién casado,
publicado en 1916. Desde entonces su poesía fue creciendo en hondura y
calidad, hasta llegar a una especie de panteísmo. Su poema Espacio y sus libros Animal
de fondo y Dios deseado y deseante son
una clara muestra de esta lírica profunda. No hay que olvidar tampoco la prosa
poética, de la que un buen ejemplo es Platero
y yo. Juan Ramón está considerado por muchos críticos como uno de los
mejores poetas del siglo XX. Su influencia será decisiva en la formación de los
poetas de la Generación del 27. Junto a él, hay que destacar también la labor
de Ramón Gómez de la Serna, quien introdujo las primeras vanguardias en la
literatura española. El Ultraísmo y el Creacionismo fueron dos de los
movimientos vanguardistas que se desarrollaron en España. En los años veinte, tuvo
mucha importancia el ensayo La
deshumanización del arte de Ortega y Gasset: en él dio cuenta de la nueva
poesía que se estaba escribiendo, caracterizada por la falta de sentimientos y
por el excesivo artificio.
Con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora, se reunió en el
Ateneo de Sevilla un grupo de poetas para rendirle homenaje. Entre ellos se
encontraban muchos de los integrantes de la Generación del 27, considerada como
una nueva edad de oro de la literatura española. La formaron, entre otros,
Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso
Alonso, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y
Emilio Prados. Fueron grandes amigos, la mayoría de ellos profesores, con una gran
formación. Participaron en muchos actos comunes, como el referido homenaje, y
publicaron en las mismas revistas. Admiraron a los clásicos españoles, a
Bécquer y a Juan Ramón Jiménez, que les sirvió de modelo. En su producción se
pueden distinguir distintas tendencias: la poesía pura de Jorge Guillén y Pedro
Salinas; los ensayos vanguardistas de Gerardo Diego, uno de los máximos
representantes del Creacionismo, autor además de una importante antología, en
la cual recogía a los poetas más representativos de su generación; la poesía
neopopular de García Lorca y de Rafael Alberti; la línea surrealista que se
inició a partir de 1930, con la que se dio paso a una rehumanización del arte. El Surrealismo fue el
movimiento de vanguardia más duradero, el que más influencia ha ejercido a lo
largo del siglo XX en el arte y en la literatura: este movimiento se propuso
liberar en la obra artística todo lo que se hallaba contenido en el mundo del
subconsciente; los escritores practicaron, entre otras técnicas, la de la
escritura automática, con la cual trataban de expresar todos los pensamientos e
impresiones que se sucedían de forma espontánea y caótica en sus mentes. Poeta en Nueva York de García Lorca, Sobre los ángeles de Rafael Alberti y La destrucción o el amor de Vicente
Aleixandre son algunas de las obras más representativas de esta tendencia.
El acontecimiento que marcó definitivamente a los componentes de esta
generación fue la Guerra Civil. Lorca fue fusilado; Miguel Hernández,
considerado como un epígono de la generación, moriría años después en la
cárcel. Muchos poetas se fueron al exilio; el dolor por lo sucedido y la
nostalgia de la patria se convertirán en ellos en temas recurrentes. Los pocos
que se quedaron en España tuvieron un papel decisivo en los años venideros.
La Generación del 27 no fue solo una generación de escritores: incluye
también a pintores, arquitectos, músicos y cineastas.
Hubo una generación inmediata a ella, conocida como la del 36, a la cual
se adscribe Miguel Hernández. Coincide con los inicios de otros poetas, como
Luis Rosales, Leopoldo Panero, Juan Gil-Albert, Rosa Chacel, León Felipe, etc.
LA NARRATIVA
DEL SIGLO XX HASTA 1939
En los primeros años del
siglo XX, continuaron escribieron narradores del siglo anterior, como son los
casos de Blasco Ibáñez o de Pardo Bazán. Junto a ellos, destacan también otros
escritores, como Felipe Trigo o Eugenio Noel.
El Modernismo supuso la entrada en una nueva época para el arte y la
literatura, una época marcada por la búsqueda de un estilo moderno.
En España, el final del siglo XIX estuvo marcado por
una profunda crisis, acentuada por las especiales circunstancias que se
produjeron después de la pérdida de las últimas colonias.
Un grupo de intelectuales y escritores, conocido
después como Generación del 98,
intentó poner remedio al principio a los males de España de forma parecida a
como proponía el regeneracionismo, movimiento liderado por Joaquín Costa.
España se convirtió así en el tema central de estos
escritores. La preocupación por España no era nueva en la literatura española.
Uno de los precedentes más inmediatos lo tenían en Ángel Ganivet, al que se le
considera precursor de este grupo. También Unamuno lo había tratado mucho en
sus escritos; él fue, por ejemplo, el que inventó el concepto de intrahistoria,
aplicado al conjunto de circunstancias y hechos que late en el fondo de los
acontecimientos históricos.
El desengaño de la política llevó a estos escritores a
amar aún más a España. Buscaron la esencia española, el alma de España; la buscaron
en el paisaje (sobre todo, en el de Castilla), en las tradiciones del pueblo
español, en la historia, en la propia literatura…
Los integrantes de la Generación del 98, a la que dio
nombre Azorín en unos artículos publicados en ABC, fueron los siguientes: Miguel de Unamuno, el propio Azorín
(seudónimo de José Martínez Ruiz), Pío Baroja, Antonio Machado y Valle-Inclán. Unamuno, nacido en Bilbao, fue un
hombre polifacético: además de catedrático, fue ensayista, articulista, poeta,
novelista y dramaturgo. Es, sin lugar a dudas, uno de nuestros más grandes
escritores del siglo XX. Sus dos principales preocupaciones fueron la fe y el
problema de España. En una primera etapa de su producción novelística, destaca Paz en la guerra, sobre el asedio de los
carlistas a la ciudad de Bilbao, vivido por él en su infancia: aunque es una
obra en la que predomina lo narrativo, se puede ver un anticipo de las
principales ideas que preocuparán a Unamuno. Su novela Niebla, a la que llamó nivola,
fue un claro ejemplo de obra moderna, ya que el autor se valió de ella para
exponer sus ideas. Esta fórmula narrativa la utilizó también en otras obras;
una de las más destacadas fue San Manuel
bueno, mártir, en la cual plantea la problemática de la fe. Un aspecto
importante de este autor lo constituyen sus paisajes, en los que trata de
vislumbrar el alma que se refleja en ellos, alcanzando momentos de gran altura
contemplativa, como se puede ver en Andanzas
y visiones españolas.
Azorín, alicantino, cultivó también varios géneros, desde el teatro hasta la novela. Como narrador, se dio
a conocer con una novela muy renovadora, de carácter impresionista. Azorín
destaca, sin duda, por sus paisajes. Cultiva además una prosa muy artística, de
grandes efectos rítmicos y estilísticos. Una de sus creaciones más
significativas fue Castilla.
Pío Baroja nació en San Sebastián. Fue el gran novelista de la
generación. Amó a España con amargura, como se comprueba constantemente en sus
obras.
A pesar de su estilo, un tanto desaliñado, fue un
excelente narrador; en sus novelas se halla una amplísima galería de
personajes.
Escribió novelas de aventuras, algunas ambientadas en
su tierra vasca o en el mar, como Zalacaín
el aventurero o Las inquietudes de
Shanti Andía; en otras, en cambio, presentaba personajes bastante
autobiográficos, tipos introvertidos y pesimistas con un gran sentido crítico,
como ocurre en Camino de perfección o
en El árbol de la ciencia, obra en la
que refleja muy bien el espíritu noventayochista, así como los hechos políticos
y sociales que lo generaron. Es muy famosa también su trilogía titulada La lucha por la vida, ambientada en Madrid.
Tampoco se deben olvidar sus Memorias de
un hombre de acción.
La obra narrativa de este autor es muy extensa. Con su
estilo directo y sencillo, a veces impresionista, se le considera un
representante genuino de nuestro realismo, el cual tendrá después continuación
en las obras de Cela, Delibes y otros narradores españoles del siglo XX.
Ramón María del Valle-Inclán, gallego, fue, sin duda, un hombre original, no solo
por sus ideas sino también por su figura y por su forma de vestir y de actuar.
El general Primo de Rivera lo llamó “eximio escritor y extravagante ciudadano”.
Se declaró carlista, más por estética que por
convicción, si bien el carlismo era una causa con la que él estuvo muy
familiarizado. En la última etapa de su vida, sin embargo, fue tomando
posiciones cada vez más radicales, cercanas al comunismo.
Valle-Inclán cultivó todos los géneros. Fue un poeta
modernista, influido por Rubén Darío. Sus Sonatas
constituyen la mejor prosa modernista de la literatura española. En su obra
narrativa, destacan también sus novelas inspiradas en la segunda guerra
carlista y, sobre todo, Tirano Banderas,
novela en la que realiza una soberbia caricatura de un dictador
latinoamericano, uno de los mejores precedentes de otros libros que se
escribirán después sobre el mismo tema. Completan su obra narrativa las novelas
del Ruedo ibérico, centradas en la
época de Isabel II.
El Novecentismo. Destaca por su europeísmo y por la gran formación
intelectual de sus integrantes. Su autor más representativo fue Ortega y
Gasset, sin duda el pensador más importante de nuestra literatura. A ella
también pertenecieron insignes escritores como Ramón Gómez de la Serna, Eugenio
d’Ors y Gregorio Marañón.
Uno de los géneros más cultivados será la novela, en
la cual sobresalen dos singulares escritores, Ramón Pérez de Ayala y Gabriel
Miró.
Pérez de Ayala es muy notable por el empleo de la
ironía y por la creación de una de las prosas más originales de nuestra
literatura. Su obra más conocida es Belarmino
y Apolonio, en la cual enfrenta dos formas diferentes de entender el mundo,
representadas por dos zapateros:
Belarmino, con un peculiar sentido filosófico de la vida, y Apolonio, con una
visión de carácter más dramático. Gabriel Miró, de Alicante, es el creador de
una de las prosas más bellas de la literatura española: poseía unas excelentes
condiciones para sentir el paisaje y para expresar sus sensaciones con gran
sutileza. Es autor de cuentos, estampas y novelas de diverso carácter. Entre estas,
sobresalen las que dedicó a Oleza, que es el nombre artístico de Orihuela: Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso.
Casi contemporáneos de los poetas del 27 son los
novelistas Benjamín Jarnés, Arturo Barea, Max Aub, Ramón J. Sender y Francisco
Ayala. Todos ellos escribieron gran parte de su obra en el exilio. Ramón J.
Sender escribió novelas muy intensas sobre la guerra, como Réquiem por un campesino español y, sobre todo, Crónica del alba. Francisco Ayala ha
sido muy valorado en los últimos años. Además
del ensayo, cultivó la novela y la narración corta. Entre sus novelas,
sobresale Muertes de perro, sobre un
dictador de un país presuntamente hispanoamericano. Entre los libros de relatos,
destacan Los usurpadores y La cabeza
del cordero, conjunto de narraciones sobre la Guerra Civil, algunas con un
carácter conciliador. Recuerdos y olvidos
es una obra autobiográfica, en la que el autor hace un concienzudo repaso a
los principales acontecimientos que marcaron su vida.
EL TEATRO ESPAÑOL HASTA
1939
En España se conocían los movimientos
renovadores del teatro mundial en el primer tercio del siglo XX, pero por
distintas razones no se adoptaron. En
esta época el teatro español tenía muchos seguidores, aunque no era de mucha
calidad. Dentro de lo que es el teatro tradicional, se distinguieron varias
tendencias. En los años veinte y treinta se cultivó también un teatro
innovador, con grandes autores.
Las tendencias más importantes del
teatro tradicional son el drama romántico, la comedia burguesa y el teatro
cómico.
El drama romántico, también conocido
como modernista, fue una continuación del teatro de Echegaray, de carácter
poético y muy declamatorio, con efectos muy característicos del Modernismo. Los
autores más destacados de esta corriente fueron Eduardo Marquina, Francisco
Villaespesa y los hermanos Machado.
La comedia burguesa se caracteriza
por presentar ambientes de alta burguesía o de un campesinado acomodado. Su
principal cultivador fue Jacinto Benavente, que tuvo mucho éxito hasta la
Guerra Civil. Su obra más conocida fue Los
intereses creados.
El teatro cómico, por su parte, tuvo
diversas variantes. Carlos Arniches fue uno de los autores más destacados con
sus sainetes de costumbres populares madrileñas; también cultivó un tipo de
comedia de gran éxito, a la que llamó tragedia grotesca, en la que denunciaba
diversos aspectos sociales. Pedro Muñoz Seca, con La venganza de don Mendo, fue el creador del astracán, género
basado en el disparate cómico y en el chiste fácil. Los hermanos Álvarez
Quintero tuvieron también mucho éxito con sus sainetes, rebosantes de gracia
andaluza.
El teatro innovador fue en principio
minoritario. Tuvo en Cataluña varias iniciativas interesantes. Unamuno llevó al
teatro sus preocupaciones filosóficas: cultivó así un teatro de ideas, con
diálogos muy densos. Azorín y Jacinto Grau fueron otros autores que intentaron
escribir un teatro muy distinto del comercial.
La renovación de la escena española
llegó de manos de dos grandes escritores, Valle-Inclán y García Lorca.
Valle-Inclán, cuya pertenencia a la
generación del 98 es siempre discutible, cultivó todos los géneros literarios,
mostrándose en ellos como un escritor genial. Empezó con un teatro muy cercano al
Modernismo para inclinarse después por lo que un crítico definió como “teatro
en libertad”. En la evolución de su obra dramática, se pueden distinguir
diversas etapas. En sus dramas del cíclico mítico, presenta un ambiente gallego
atemporal, presidido por fuerzas primitivas: destaca Divinas palabras, una de las cumbres de su dramaturgia. En sus
farsas, Valle rompió con la realidad, introduciendo personajes sacados del
mundo de la farándula. Era esta ya una aproximación al esperpento, técnica que
cultivó en su última etapa, no solo en el género teatral. El esperpento
consiste en una deformación sistemática de la realidad: es el arte de la
caricatura, conseguido gracias a un magistral manejo del lenguaje; los
personajes son degradados mediante animalizaciones, muñequizaciones y
cosificaciones; todo ello está inspirado por una visión muy crítica de la
realidad. La obra más representativa de esta tendencia es Luces de bohemia, en la cual se cuenta el recorrido de Max
Estrella, un poeta ciego, por la noche
madrileña hasta que muere en un portal.
Federico García Lorca concibió el
teatro como un espectáculo artístico, en el cual se conjugaba la poesía del
lenguaje con el aprovechamiento de todos los recursos escénicos. Fundó una
compañía de teatro universitario, La
Barraca, con la que viajó por toda España. Él decía que el teatro es la
poesía que se levanta del libro y se hace humana; el tema central de muchas de
sus obras es el enfrentamiento entre el principio de libertad y el principio de
autoridad, del que resulta un sentimiento de frustración que muchas veces
presenta carácter dramático, encarnado siempre por mujeres, que son siempre las
verdaderas protagonistas del teatro de Lorca.
Entre las farsas, algunas de ellas
para guiñol, destaca La zapatera
prodigiosa, una de sus más simpáticas creaciones. En su etapa surrealista,
Lorca cultivó también un teatro de este signo, lleno de símbolos y de
significados oscuros: destaca su obra Así
que pasen cinco años.
El éxito como autor teatral le llegó
con Mariana Pineda, un drama
romántico en verso sobre la heroína de Granada que fue ajusticiada por bordar
una bandera liberal. Doña Rosita la
soltera fue otra obra importante: en ella, la protagonista, una mujer
granadina, va adquiriendo un carácter dramático a medida que pasa el tiempo.
Las tres grandes tragedias de Lorca, conocidas como tragedias de la tierra,
fueron Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba. En ellas, se
plantea de un modo dramático ese enfrentamiento con la realidad; son obras que
trascienden las circunstancias concretas de las que parten para convertirse en
símbolos de la propia naturaleza humana.
Durante la Guerra Civil, se siguió
cultivando el teatro con distintas orientaciones: los autores más destacados de
este periodo fueron Miguel Hernández, Arniches y Alejandro Casona.
LA NARRATIVA ESPAÑOLA DESDE 1940 HASTA 1970
Los años cuarenta fueron
muy difíciles; estuvieron marcados por el hambre, el desconcierto y la férrea
censura.
Al principio se
intentó imponer un tipo de novela triunfalista, escrita por los vencedores de
la guerra. En 1942 se publicó La familia
de Pascual Duarte de Camilo José Cela, novela con la que se inauguró el
“tremendismo”, corriente que presentaba de forma truculenta los aspectos más
sórdidos y desagradables de la realidad. En esta novela, el protagonista, con
un estilo descarnado, contaba desde la
cárcel los hechos más importantes de su vida, condicionados por un destino
trágico del que no podía escapar.
En los años cuarenta
predominó un tipo de novela existencialista que reflejaba el malestar y el
desencanto de la posguerra. Otra novela de este género fue Nada de Carmen Laforet: en ella se cuenta la historia de una joven
que va a estudiar a Barcelona y que se aloja en casa de unos tíos, donde encuentra
un mundo turbio y vacío en el que perviven viejos conflictos; a punto de caer
en el desaliento, la única salida para esta joven serán las amistades que
contrae en la universidad.
Otros autores
importantes que se dieron a conocer en los años 40 fueron Miguel Delibes, Ana María
Matute y Gonzalo Torrente Ballester.
En los años 50
cambiaron las circunstancias sociales y políticas de España. Esto propició que
triunfara el realismo social en la literatura. En la novela, la obra pionera de
esta tendencia fue La colmena de
Cela, en la cual aparecen multitud de personajes, todos ellos pertenecientes al
Madrid de la inmediata posguerra. En las novelas sociales se incorporaron
cambios importantes, como el uso de un personaje colectivo, la reducción del
tiempo narrativo o la práctica de un objetivismo sistemático, a veces
acompañado de una crítica más o menos explícita. En ellas son muy importantes
los diálogos, en los que se refleja también de un modo realista la forma de
hablar de los personajes. Aparecen ambientes muy diversos de la realidad: ambientes
rurales, industriales, urbanos, burgueses… Una de las novelas más importantes
de este período, posiblemente la mejor, fue El
Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio. En ella se cuenta la excursión que
realizan unos jóvenes a las inmediaciones del Jarama, donde coinciden con otros
grupos de excursionistas; la mayor parte de la obra discurre en forma de
diálogos, en los que se reproduce muy bien el registro coloquial que utilizan
los personajes. Juntos a los diálogos, sobresalen también fragmentos narrativos
y descripciones de un gran mérito artístico. Al final una de las chicas se
ahoga, con lo cual la novela adquiere una grandeza dramática que antes no
tenía. Otros autores destacados de esta tendencia fueron Jesús Fernández Santos
(Los bravos), García Hortelano (Nuevas amistades), Caballero Bonald (Dos días de septiembre), Juan Goytisolo (Juegos de manos), Luis
Goytisolo (Las afueras) y Carmen
Martín Gaite (Entre visillos). Ana
María Matute y Miguel Delibes también cultivaron la novela social. Algunas
obras de Delibes fueron El camino y Las ratas, una de las últimas novelas de
esta tendencia, con dos personajes primitivos que viven rodeados de unas
condiciones muy ingratas, en un lugar perdido de la geografía castellana.
Gonzalo Torrente Ballester, con Los gozos y las sombras, llevará a cabo un realismo diferente, pues
se trata de una trilogía ambientada en tiempos de la República. Álvaro
Cunqueiro practicó, por su parte, un
realismo fantástico, con inclusión de mitos y de personajes legendarios. Aunque
es más conocido como cuentista, posiblemente el más importante de este período,
Ignacio Aldecoa también escribió novelas de mucho mérito, como El fulgor y la sangre.
En el exilio, hay que destacar la labor de novelistas como
Ramón J. Sender, Max Aub y Arturo Barea,
que escribieron también obras muy valiosas.
En los años 60, que
son de mayor apertura y de oposición al régimen, aparecen importantes cambios
en la novela española, en gran medida derivados de todas las novedades que se
habían venido produciendo en la novelística mundial desde comienzos del siglo
XX. Autores como Kafka, Marcel Proust, James Joyce y William Faulkner fueron en
este sentido decisivos, como también lo fue el boom de la novela hispanoamericana que acababa de producirse.
Cambian todos los
componentes de la novela: la estructura externa se presenta de otra manera, a
veces en forma de secuencias o sin ningún tipo de divisiones; el tiempo
narrativo no se organiza como antes, de un modo más o menos lineal, sino que
ahora se ofrece desordenado, con saltos hacia adelante o hacia atrás (lo que se
conoce como flash back); en lugar del
narrador omnisciente tradicional, aparecen otras posiciones, como la del narrador
oculto o la del punto de vista de un personaje; el argumento deja de ser
importante por sí mismo; los personajes se presentan muchas veces desdibujados,
sin una identidad concreta; se recurre a técnicas distintas, como el estilo indirecto
libre o el monólogo interior; se usan todas las personas narrativas, a veces en
un mismo texto; el lenguaje de la novela admite infinidad de recursos y de
registros, con figuras retóricas antes reservadas a la poesía. Surge así un
tipo de novela experimental, de la que son un claro ejemplo algunas de las
obras que se publican en estos años en España. Una de las más importantes fue Tiempo de silencio de Luis Martín
Santos, publicada en 1962. Es sin duda una novela pionera: muy influida por el Ulises de James Joyce, supone la superación
del realismo social; presenta además un enfoque existencial y simbólico, con
una nueva manera de estructurar el argumento. Quizá lo más innovador de ella
sean el estilo y la gran variedad de recursos y de procedimientos narrativos
que se emplean.
Son años de experimentación, en los que aparecen
sorprendentes novelas. Algunas de las más destacadas pertenecen a autores ya
consagrados, como Miguel Delibes y Camilo José Cela. Cinco horas con Mario de Delibes es un monólogo interior de una mujer
ante el cadáver del marido. Juan Goytisolo, que ya se había dado a conocer en
los años 50, se muestra como un portentoso narrador en Señas de identidad y Reivindicación
del conde don Julián, novelas en las que aparecen muchas de las
características anteriores. Carmen Martín Gaite, novelista también de los 50,
continúa su producción en esta década con Retahílas,
obra en la que reproduce el largo diálogo que mantienen dos personajes mientras
velan el cadáver de un familiar.
Además de estos autores, aparecen en estos años otros de gran
valor. Uno de ellos es Juan Benet, cuya obra Volverás a Región está considerada como una de las más
representativas del género. Con un estilo muy complejo y laborioso, recrea en
ella un lugar situado entre la realidad y la ficción, una especie de símbolo de
España. Otro autor destacado es Juan Marsé, un escritor barcelonés que
sobresalió por sus grandes dotes narrativas. Una de sus obras más conocidas de
este periodo es Últimas tardes con
Teresa, en la cual nos ofrece una visión crítica de la burguesía catalana a
través de las relaciones de un joven delincuente con una estudiante de familia
burguesa.
En 1972 se publicó La
saga/ fuga de JB de Torrente Ballester, obra con la que viene a concluir
este período de experimentalismos. Se trata de una novela muy original, con un
gran derroche de imaginación: en ella se mezcla de forma ingeniosa la realidad
con la ficción.
LA POESÍA LÍRICA DESDE 1940 HASTA LOS AÑOS 70
Se vive una situación muy difícil después de la guerra, con
una España dividida. En poesía, como en los demás géneros, el panorama es al
principio muy confuso. Por un lado, están los poetas exiliados, entre los que
se encuentran muchos componentes de la generación del 27; por otro, los que se
quedan y padecen un exilio interior debido a la presión de la censura. Es muy
importante la labor de las revistas, que agrupan a los poetas que siguen una
misma tendencia. En los primeros años de posguerra se dan en España dos
corrientes de poesía:
La corriente neoclásica, de carácter formalista, promocionada desde
los organismos oficiales. Dentro de ella, se distinguen a su vez tres
tendencias: la poesía religiosa, la poesía de carácter épico y la poesía pura. Estas tres tendencias se dan con
frecuencia en los mismos autores. Son poetas que se agrupan en torno a la revista
Garcilaso: José García Nieto (su fundador),
Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Luis Rosales son algunos de ellos.
Dámaso Alonso los llamó “poetas arraigados”; tienen, por lo general, una visión
optimista de la vida y del mundo. Destaca en ellos la temática amorosa y el
cultivo del soneto; se observa una vuelta al intimismo como una forma de huir
de la realidad.
La obra de Luis Rosales,
granadino, ha ido ganando en hondura lírica con el tiempo. Destaca La casa encendida, un libro de recuerdos
en el que emplea los versículos y un lenguaje cargado de emoción y de notas
surrealistas.
La corriente existencial, de carácter realista, representada primero
por la revista Escorial y más tarde por la revista leonesa Espadaña. Son los llamados “poetas desarraigados”, de línea
neorromántica, con una visión pesimista, llena de angustia y de dolor ante el
sufrimiento humano: José Luis Cano, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Eugenio de
Nora, son algunos de los más destacados. Están influidos por Antonio Machado y
por los poetas del exilio.
Junto a estas dos
corrientes, hay que destacar también en los años 40 la labor de los poetas del
grupo Cántico, como Pablo García
Baena, así como el Postismo, movimiento vanguardista fundado por Carlos Edmundo
de Ory.
1944 es un año decisivo
para la poesía española con la publicación de Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre y de Hijos de la ira de Dámaso Alonso. En Sombra del paraíso se recrea un
lugar imaginario, inspirado por la ciudad de Málaga, en la que el poeta pasó
parte de su infancia. Hijos de la ira,
adscrito a la tendencia de la poesía desarraigada, es un libro revolucionario:
con él se inicia una poesía nueva en España, con un lenguaje distinto, basado
en el verso libre y en cierto prosaísmo. Es un libro de un realismo
expresionista; el autor eleva en él su protesta contra las injusticias del
mundo y contra la falta de ilusión del ser humano; también se puede percibir un
sentido religioso, con claras influencias bíblicas. Algunos poemas son muy
largos; destaca el titulado Mujer con
alcuza, cuyo tema es la soledad humana.
En la década de los 50,
se cultiva una poesía entendida como comunicación, en la que será determinante la
influencia de Historia del corazón de
Vicente Aleixandre, otro libro clave de este período. Es una obra de temática
amorosa; destaca el poema titulado En la
plaza, en el que el poeta expresa su deseo de comunicarse con todos los
seres humanos. De la poesía de corte existencialista se pasa a la poesía
social, una poesía que es utilizada como instrumento para cambiar la realidad,
por lo que está dirigida a una inmensa mayoría. “La poesía es un arma cargada
de futuro”, dirá en uno de sus versos uno de los poetas más representativos de
esta tendencia, Gabriel Celaya. Se pretende con ella denunciar los males de la
realidad, las injusticias sociales, las situaciones de pobreza y de desigualdad
que se dan en España. Es una poesía que descuida hasta cierto punto la forma,
ya que da más importancia al mensaje. Los poetas más destacados son Gabriel
Celaya con Cantos iberos, Blas de
Otero con Pido la paz y la palabra y
José Hierro con Quinta del 42.
A finales de la década de
los 50 muchos poetas abandonan la poesía social, a la que consideran de escasa
calidad artística. La poesía será entendida ahora como una forma de conocer el
mundo; en ella volverán a aparecer temas íntimos, como la evocación de la
infancia, la familia, la amistad, el amor… Es una poesía de la experiencia,
caracterizada por un estilo aparentemente conversacional, con cierta dosis de
ironía. Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Ángel González, Claudio
Rodríguez, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, y Caballero Bonald, entre
otros, componen una generación muy brillante, a la que se ha comparado incluso
con la del 27. Algunos de ellos son excelentes líricos y han sido muy
influyentes en la formación de nuevos poetas. Jaime Gil de Biedma, uno de los
más representativos del grupo de Barcelona, es un autor de reconocido
prestigio, con una obra relativamente breve, muy influida por Cernuda y por
poetas de lengua inglesa. Ángel González destaca por el empleo de la ironía; su
obra es a veces muy tierna, sobre todo cuando aborda el tema amoroso. Claudio
Rodríguez se dio a conocer muy pronto, con un libro muy precoz, Don de la ebriedad, al que después
siguieron otros de gran mérito; los temas más característicos de él son el
sentimiento de la naturaleza y el deseo de alianza y confraternización con los
seres humanos.
Durante todo este
período, es muy importante también la poesía que se escribe en el exilio. Uno
de los temas que más se repite es el de la nostalgia de la patria perdida,
junto a otros derivados de la guerra y de las nuevas circunstancias en las que
viven los poetas exiliados. Clamor de
Jorge Guillén es un libro muy significativo: después de haber celebrado con
enorme gozo la alegría de vivir y de estar en el mundo, la poesía de este autor
se convierte en un clamor contra los dolores y las injusticias de la historia.
Rafael Alberti y Luis Cernuda son dos poetas en los que el tema de la nostalgia
es tratado con mucha emoción. Para los dos, casi llega a ser la tierra perdida
como un paraíso del que hubiesen sido excluidos.
EL TEATRO ESPAÑOL DESDE 1940
El impacto de la
Guerra Civil en el teatro fue tremendo. Tras ella, nada de lo que se hizo sería
ya lo mismo. Los límites impuestos por la censura condicionaron bastante la
producción teatral.
En los años cuarenta convivieron varias
tendencias. Junto a un teatro de carácter comercial, se cultivaron otros de
mayor calidad. Uno de ellos fue el drama burgués, que era continuador de la comedia
de Benavente. Otro, el más interesante, fue el teatro de humor, en el que
destacan dos importantes cultivadores, Enrique
Jardiel Poncela y Miguel Mihura.
El primero intentó hacer un tipo de humor original, basado en situaciones
inverosímiles. El segundo será famoso por su obra Tres sombreros de copa, que inaugura un humor cercano al absurdo,
muy audaz, aunque después se decantaría por un tipo de dramaturgia más
convencional.
En los años cincuenta, igual que en otros
géneros, surge en el teatro una corriente de signo realista que trata de
reflejar los problemas del momento. Los autores más representativos de esta
tendencia fueron, sin duda, Alfonso
Sastre y Antonio Buero Vallejo.
Este último fue el
dramaturgo español más importante de la posguerra. Su producción está marcada
por el compromiso moral ante los temas humanos más universales, tratados muchas
veces desde una visión cristiana. Buero lleva a su teatro lo que ve a su
alrededor: los deseos y frustraciones de los hombres, las mentiras que se inventan
para soportar su infelicidad, la presión que ejercen los gobernantes o la
sociedad en los individuos para limitar su libertad.
En los dramas de Buero, los diálogos son muy
densos, de una gran hondura y precisión. Junto a ellos, sobresale también el arte
de las acotaciones, a las que el autor concede una enorme importancia con el
fin de conseguir determinados efectos especiales. Historia de una escalera y En
la ardiente oscuridad son algunas de sus obras más representativas. Junto a
ellas, también destaca un grupo de dramas de carácter histórico, como Un soñador para un pueblo y El concierto de San Ovidio.
Dentro del teatro de
los años cincuenta, hay que mencionar también al granadino José Martín Recuerda, que presentó en sus obras personajes ansiosos
de libertad que tuvieron que enfrentarse a las circunstancias históricas en que
vivieron.
En la década de los sesenta, surge un
movimiento de renovación caracterizado por un acercamiento al teatro
extranjero, a todas las corrientes renovadoras que durante el siglo XX se
estaban produciendo en Europa y el mundo, como el teatro de Bertolt Brecht o el
teatro del absurdo.
Las experiencias más
interesantes surgen de los grupos de
teatro independiente. En ellos se advierte una nueva forma de entender y de
practicar el teatro, en la que el texto cede su papel predominante a otros
elementos adicionales, como la expresión corporal, la danza, la música, los
efectos de luces, etc. Entre estos grupos, destacan Els Joglars, Tábano y el Teatro
Experimental Independiente.
Los autores más
importantes de este periodo se enfrentaron a muchos obstáculos. Uno de ellos
fue Francisco Nieva, cuyas obras
ofrecen un carácter simbólico y vanguardista. Otro fue Fernando
Arrabal, que se caracterizó por una obra rebelde y provocadora, en la cual
mezclaba elementos muy diversos.
Junto a todas estas
tendencias, se dio también en los años sesenta una vuelta a la comedia burguesa
de épocas anteriores, con historias y personajes muy alejados de las
circunstancias sociales que existían en aquel momento.
Con la restauración
de la democracia, todo pareció cambiar, si bien el teatro tuvo que competir con
otros espectáculos que reclamaban también la atención del público. Se cultivó
un tipo de teatro neorrealista, cuyos representantes más destacados son José Luis Alonso de Santos, Fermín Cabal e
Ignacio Amestoy. José Luis Alonso de
Santos, por ejemplo, practicó la comedia humorística en dos obras muy
representadas, La estanquera de Vallecas y
Bajarse al moro. Junto a estos autores, hay que destacar a Antonio Gala, que cultivó también el
drama histórico, como se puede apreciar en su obra Anillos para una dama.
En las últimas
generaciones de dramaturgos se observa una cierta continuidad con respecto a
los anteriores, de los que la mayoría se sienten herederos. Se observa también
la presencia de conflictos contemporáneos, con elementos procedentes de muy
diversos ámbitos.
Una de las obras que
ha alcanzado en los últimos años un éxito inesperado ha sido Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez, uno de los
actores más importantes de nuestro teatro del siglo XX.
LA NARRATIVA DESDE 1970 A NUESTROS DÍAS
Es una época de
transición, de consolidación democrática, en la que se van sucediendo distintos
gobiernos. Una época en la que se produce la definitiva integración de España en
Europa y en el mundo.
Dos novelas como La saga/ fuga de JB de Torrente
Ballester y La verdad sobre el caso
Savolta de Eduardo Mendoza suponen el fin de los excesos experimentales de
las novelas precedentes. En la obra de Mendoza, a pesar de que se mantienen
rasgos de las novelas experimentales, se da cada vez más importancia al
argumento y a la intriga.
Se vuelve en esta época
al relato tradicional, basado en una sucesión de episodios, aunque persisten
técnicas y recursos que se habían incorporado en los años 60, entre los que
destaca el desorden cronológico, con frecuentes saltos en la organización del
tiempo.
Conviven autores de
épocas anteriores con otros que se dan a conocer a partir de los años 70. No
hay una tendencia dominante: se escriben novelas de temas y estilos muy
diferentes. Entre los tipos de novela que se cultivarán en este período
destacan los siguientes:
La novela histórica. Constituye uno
de los géneros que tiene más seguidores. Crónica
del rey pasmado de Torrente Ballester es una de las obras más conocidas,
escrita en forma de parodia. El hereje de
Miguel Delibes es otra de ellas, sobre la suerte de unos erasmistas españoles
en el siglo XVI. Pérez-Reverte, con La
tabla de Flandes y la serie de novelas sobre el capitán Alatriste, es también
uno de los autores más destacados de este género.
Uno de los acontecimientos que ha
inspirado más historias es la Guerra Civil. La
noche de los tiempos de Muñoz Molina es un claro ejemplo de ello: se trata
de una historia de amor que tiene lugar en medio de aquel tiempo revuelto. Soldados de Salamina de Javier Cercas se
basa en un episodio de la guerra protagonizado por el escritor Sánchez Mazas,
al que un miliciano le perdonó la vida. Riña
de gatos de Mendoza también está ambientada en el Madrid de la guerra.
Hay novelas que recrean también
períodos más recientes de la época franquista, como El jinete polaco de Muñoz Molina, en la que se suceden muchos
recuerdos del escritor, mezclados con otros de familiares y de amigos. Uno de
sus rasgos más destacados es el carácter autobiográfico que tienen muchos de
sus relatos. Muñoz Molina es, sin duda, uno de los autores más importantes de
este tiempo: sus narraciones tienen mucha fuerza, a veces están dotadas de
cierta dosis de poesía; abundan en ellas mucho las descripciones, por lo
general muy minuciosas.
La novela policíaca. Es otro de los
géneros más seguidos. Manuel Vázquez Montalbán, con sus novelas protagonizadas
por el inspector Carvalho, es uno de los autores más leídos. Junto a él,
destacan también Antonio Muñoz Molina, Eduardo Mendoza, Pérez-Reverte y Lorenzo
Silva.
La metanovela, basada en la reflexión
sobre el arte novelesco, como ocurre en En
el cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite o en las novelas de Enrique
Vila-Matas.
La novela intimista, de carácter
introspectivo. El desorden de tu nombre de
Juan José Millás y El lápiz del
carpintero de Manuel Rivas son dos ejemplos de este género. Juan José
Millás es un autor con una gran capacidad de imaginación, con un gran sentido
del humor. La mujer loca es su última
novela.
Una tetralogía muy destacada fue Antagonía, la obra maestra de Luis
Goytisolo. En ella aparecen elementos muy diversos; son historias ambientadas
en Barcelona que se plantean como el testimonio de una época. Destacan las
múltiples referencias culturales y los aciertos estilísticos, con fragmentos a
veces muy largos, en los que el discurso literario adopta diferentes
modalidades.
La novela lírica, con un estilo
poético. La lluvia amarilla de Julio
Llamazares es una obra de este tipo: se trata de las memorias del último
habitante de un pueblo abandonado.
La novela filosófica, con abundantes
digresiones sobre diversos temas. Las
novelas de Javier Marías son todas de este género, como Mañana en la batalla piensa en mí y Tu rostro mañana. Es un autor que tiene un gran dominio de la
lengua: emplea con frecuencia unas frases muy largas, en las cuales incluye a
veces expresiones en inglés, fruto del conocimiento que tiene también de esta
lengua. Los enamoramientos es uno de
sus últimos títulos.
La novela neorrealista, con los
autores de la llamada Generación X, como Ray Loriga. En los últimos años se
cultiva un realismo que extrae directamente de la realidad escenas y tipos
concretos, como ocurre en las novelas de Javier Cercas.
La novela como fábula, en la cual se
mezcla la realidad con la ficción. Las novelas de Luis Landero son de esta
clase, con personajes muy cervantinos. Carlos Ruiz Zafón, con sus novelas
llenas de misterio y de intriga, es otro ejemplo.
También hay que destacar el cultivo
del cuento en este período. Algunos de los novelistas anteriores son también
autores de cuentos. Junto a ellos, destacan otros que se han dedicado
preferentemente a este género, como Medardo Fraile, José Jiménez Lozano, José
María Merino, Quim Monzó, Cristina Fernández Cubas, etc.
LA POESÍA LÍRICA DESDE 1970 HASTA
NUESTROS DÍAS
En 1970, el crítico
catalán José María Castellet publicó una antología que recogía a nueve poetas novísimos: Manuel Vázquez
Montalbán, Pere Gimferrer y Guillermo Carnero destacan entre ellos. Son poetas
de una gran formación cultural, admiradores de los grandes maestros europeos.
Cultivan una poesía experimental, alejada del realismo. Se ven influidos además
por los medios de comunicación social, por los tebeos, el cine, la
televisión…Utilizan técnicas muy variadas en la elaboración de sus poemas, como
el collage o el uso de tipografías
diversas, a veces con palabras escritas en otros idiomas. Se dan dos
tendencias: una que arranca de la cultura popular y otra más culturalista, con
un lenguaje más artificioso.
Otros poetas que se dieron a conocer en los años 70 fueron Antonio
Colinas, Eloy Sánchez Rosillo, Jaime Siles y Luis Antonio de Villena. En ellos
vuelven a destacar con el tiempo los sentimientos. Antonio Colinas presenta una
poesía de acentos religiosos, cercana a veces a la hondura de la mística. Uno
de sus temas preferidos es el de naturaleza, a la cual convierte en símbolo. Sánchez
Rosillo cultiva temas como el paso del tiempo, la nostalgia por las cosas
perdidas, la emoción del arte y de la música… Sus poemas son de una gran
belleza.
Más tarde, ya en los años
80, se cultivó una poesía posnovísima,
en la que se vuelve al realismo y a una mayor interiorización, con una marcada
presencia del humor y de la ironía. Se dan diversas tendencias: el neosurrealismo
de Blanca Andreu, el neorromanticismo de Antonio Colinas, el sensualismo de
corte femenino, el decadentismo de Luis Antonio de Villena, la poesía abstracta
de Antonio Gamoneda y la poesía de la
experiencia, con muchos partidarios.
Entre los principales
representantes de esta última tendencia, sobresale el granadino Luis García
Montero. Se trata de una poesía que continúa la línea iniciada por Gil de
Biedma y Ángel González en los años 50. Es una poesía de temas cotidianos y
urbanos, con cierto carácter narrativo y con una visión desencantada de la vida.
Aunque parece coloquial, su estilo no está falto de ritmo ni de grandes
aciertos expresivos. Uno de los temas más cultivados por García Montero es el
amor, un amor por el que toma también conciencia del mundo que lo rodea. En su
poesía tienen mucha importancia los recuerdos, la evocación de un pasado que aparece
ligado a unas circunstancias y a unos lugares concretos. También son muy características
de su estilo las imágenes, muchas veces de carácter surrealista. En general, se
trata de un poeta muy intuitivo.
Además de García Montero, destacan otros
poetas en este periodo, como Luis Alberto de Cuenca, Miguel d´Ors, Felipe
Benítez Reyes y Carlos Marzal.
En Luis Alberto de Cuenca se pueden
apreciar resonancias de los clásicos, fruto de sus conocimientos del latín y
del griego. Uno de los temas más frecuentes en su poesía es el amor, tratado de
diferentes maneras, a veces con un tono humorístico. Miguel d´Ors, afincado en
Granada, destaca por el uso de la ironía. Felipe Benítez Reyes sobresale por el
empleo de la metáfora y por una expresión ingeniosa y brillante. La poesía de
Carlos Marzal tiene un carácter más reflexivo y profundo. Su obra más
importante es Metales pesados, en
ella afronta cuestiones fundamentales de la vida y el tiempo, de la conciencia
y los sentimientos. Son todos ellos poetas que muestran un gran dominio del
lenguaje; utilizan, por lo general, unos metros determinados (heptasílabos,
endecasílabos y alejandrinos, preferentemente).
La poesía ha seguido siendo un género
minoritario en estos últimos años, sobre todo si se la compara con el respaldo
que ha contado la narrativa. Las publicaciones
de poesía han sido siempre mucho más reducidas; en este sentido, cabe
destacar el esfuerzo realizado por algunas editoriales, como Hiperión,
Tusquets, Visor y Renacimiento.
El panorama de las dos últimas décadas es muy variado y
presenta importantes sorpresas. Se ha cultivado desde una poesía que vuelve a
un cierto clasicismo hasta una poesía de la diferencia, tendencia que propugna
la libertad creativa y que acusa a los poetas de la experiencia de cierto
oportunismo mediático.
Luisa Castro, Benjamín Prado y Vicente
Gallego son algunos de los poetas que más han destacado en este amplio
panorama. Vicente Gallego en su obra Santa
deriva cultiva una poesía profunda, sobre temas universales como el ansia
de eternidad, los límites del conocimiento humano, el dolor, la alegría, la
duda, etc. Utiliza a veces un estilo barroco, con hipérbatos, paradojas,
antítesis y símbolos muy sugerentes. Su voz es por momentos rebelde, con
preguntas que dirige a un Dios ausente.
No hay que olvidar, por último, la
obra de los autores pertenecientes a las generaciones anteriores, que han
continuado publicando en ocasiones libros muy interesantes. Uno de ellos, Cuaderno de Nueva York de José Hierro,
constituyó todo un acontecimiento. También han publicado excelentes obras
posteriores Claudio Rodríguez, Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald y
Jaime Siles, entre otros. No se puede olvidar, finalmente, a algunos poetas
granadinos que, pertenecientes a distintas generaciones, han seguido
escribiendo en estas décadas, como Elena Martín Vivaldi, reconocida como una de
las grandes voces de la poesía española después de la generación del 27, mujer
dotada de una gran sensibilidad, con un estilo claramente romántico, influido
por Bécquer y Juan Ramón Jiménez principalmente, con temas como la soledad, el
desamor o el paso del tiempo. Otro poeta importante, junto a Rafael Guillén, es
Antonio Carvajal, galardonado con diferentes premios, autor de una poesía
clásica, a veces barroca, de un gran preciosismo.
La novela y el cuento
hispanoamericanos en la 2ª mitad del siglo XX
En la narrativa hispanoamericana del
siglo XX se cultivan con igual importancia el cuento y la novela. Casi todos
los narradores hispanoamericanos han escrito también cuentos, como Cortázar,
García Márquez, Juan Carlos Onetti o Arturo Roa Bastos, por citar algunos
ejemplos. Otros autores incluso se han dedicado preferentemente a este género,
como Jorge Luis Borges, Julio Ramón Ribeyro o Augusto Monterroso. Por su enorme
calidad, muchos de ellos se han convertido en auténticos maestros del relato breve.
En él se pueden encontrar los mismos temas y preocupaciones que se hallan en
las grandes narraciones, los mismos ambientes que suelen aparecer en
ellas.
La literatura hispanoamericana había
empezado a ser autónoma a partir del Modernismo. En la primera mitad del siglo
XX se había consolidado esta madurez. En la narrativa había surgido una
corriente, conocida como regionalismo, que planteaba la vieja dicotomía de
civilización frente a barbarie mediante la oposición del campo frente a la
ciudad. Tuvo cuatro variedades esta corriente: la novela de la revolución
mexicana, la novela de la tierra (con obras tan representativas como La vorágine de José Eustaquio Rivera y Doña Bárbara de Rómulo Gallegos), el
indigenismo (con El mundo es ancho y ajeno
de Ciro Alegría) y la vuelta a la literatura gauchesca con Don Segundo Sombra de Güiraldes. Gran parte de estas variedades
tendrán su continuación en autores posteriores de la literatura
hispanoamericana, como ocurrirá con Juan Rulfo y Carlos Fuentes en el caso de
la revolución mexicana o con Miguel Ángel Asturias con respecto al indigenismo.
En los años 40 y 50 aparecieron varias
corrientes nuevas. Una de ellas fue la de carácter existencial, representada
por las narraciones de Juan Carlos Onetti y por El túnel de Ernesto Sábato, novela que puede ser interpretada como una
parábola de la condición humana. Otra corriente fue la de tipo social, que tuvo
continuación en los años siguientes: una de sus manifestaciones más importantes
fue la novela del dictador, cultivada por Miguel Ángel Asturias, García Márquez
y Augusto Roa Bastos, entre otros. En estas décadas comenzó a gestarse también
el realismo mágico. Uno de los precursores de este movimiento fue, sin duda,
Jorge Luis Borges, en cuyos cuentos triunfaba ya la ficción sobre la realidad. Con
esta última corriente se abre un mundo novelesco en el que lo real y lo
fantástico se muestran íntimamente unidos. Es algo que de alguna manera existía
en la propia cultura americana. Alejo Carpentier decía que la historia de América
es toda ella una crónica de lo real maravilloso; la presencia de una naturaleza
exuberante, los fecundos mestizajes que se produjeron, la mezcla de diferentes
culturas, la oposición entre civilización y barbarie, el estallido de las
revoluciones, fueron elementos que conformaron el realismo mágico. Las gentes
de América creían en los relatos fantásticos, en los poderes de la magia. Se ha
dicho incluso que el realismo mágico ha sido la característica esencial de la
literatura hispanoamericana desde sus orígenes. Algunos de los primeros
cultivadores de esta corriente en los años 40 y 50 fueron, además de Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y Juan
Rulfo.
En estos años se produjo, además, una
profunda renovación de las técnicas y del estilo de la novela. Fue determinante
la influencia de los grandes narradores del siglo XX: Kafka, Proust, Joyce,
Faulkner, Hemingway, etc.
En los años 60 se produjo el boom
definitivo de la narrativa hispanoamericana. En esta década se consolidaron
todas las características que habían aparecido antes. Entre ellas, hay que
destacar el abandono de la estructural lineal de los relatos, la sustitución de
los espacios realistas por otros imaginarios, el empleo de narradores múltiples
o ambiguos que sustituyen al narrador omnisciente tradicional, etc. Se
publicaron en estos años novelas fundamentales: Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, Rayuela de Cortázar, Tres
tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, Cien años de soledad de García Márquez, Conversaciones en la catedral de Vargas Llosa, etc. A ellas hay que
sumar otras posteriores, como La
consagración de la primavera de Alejo Carpentier y Terra nostra de Carlos Fuentes.
A partir de los años 80, cedieron los
experimentalismos y fueron apareciendo nuevos temas y tendencias. Una de las
notas más destacadas es la presencia de una narrativa femenina, representada
por Isabel Allende, Ángeles Mastretta, Laura Esquivel, Zoe Valdés, etc. Isabel Allende, sobre todo, alcanzó un gran protagonismo
a partir de La casa de los espíritus,
novela de carácter histórico que hunde sus raíces en el realismo mágico. Un
escritor destacado de este período fue Luis Sepúlveda, que cultivó una temática
de carácter ecológico con novelas como Un
viejo que leía novelas de amor.
La lista de escritores
hispanoamericanos es interminable. Además de los que ya se han citado, destacan
otros como Bioy Casares, José Donoso, Jorge Edwards, Bryce Echenique, Álvaro
Mutis, Reinaldo Arenas, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Roberto Bolaño, etc.
En la narrativa hispanoamericana de
la 2ª mitad del siglo XX hay autores y obras que resultan imprescindibles, cuya
influencia ha sido decisiva en otras literaturas.
Jorge Luis Borges fue un escritor
genial, de una gran cultura. Sus cuentos son imprescindibles: en ellos aparecen
temas muy profundos, con un valor simbólico. Su obra El aleph es una de las más
conocidas.
Pedro Páramo de
Juan Rulfo es una novela esencial. En ella se cuenta una historia que ocurre en
Comala, un pueblo fantasmal al que llega Juan Preciado en busca de su padre,
Pedro Páramo.
En Cien años de soledad, García Márquez relataba la historia de los
Buendía en Macondo, un pueblo mítico que estaba condenado a desaparecer desde
su fundación. Es la obra cumbre del realismo mágico. Muchos han visto en ella
una metáfora de la condición humana, en la cual también se pueden advertir
resonancias históricas, aspectos de la propia realidad hispanoamericana. Una de
las mayores aportaciones de García Márquez, además del papel de la imaginación,
fue la creación de un estilo nuevo para la narrativa, con un gran derroche de
metáforas y de otros recursos estilísticos. Otra novela importante de García
Márquez fue El amor en los tiempos del
cólera, escrita ya de una forma distinta: se trata de una historia de amor
protagonizada por unos personajes inolvidables, en un ambiente que ya no está
presidido por la magia.
En Rayuela de Cortázar, el caos de la estructura de la novela refleja
el que vive el mismo protagonista. Es una novela que admite dos lecturas.
La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa y El
siglo de las luces de Alejo Carpentier relatan distintos episodios de la
historia americana. En las últimas décadas hay que destacar sobre todo la
producción de Vargas Llosa, galardonado con el premio Nobel de Literatura: se
trata de un magnífico narrador, capaz de construir de grandes historias, con un
estilo también plagado de figuras literarias. La fiesta del chivo y El
sueño del celta son algunas de sus últimas obras más destacadas.
EL ENSAYO
ESPAÑOL EN EL SIGLO XX
Los
escritores de finales del siglo XIX,
como sabemos, sufrieron una crisis general de conciencia, derivada del declive
del optimismo que había inspirado el racionalismo de la segunda mitad de
aquella centuria. En España, esta crisis coincidió con la decadencia del
sistema político de la Restauración, a la que se sumó otra crisis de valores
ocasionada por el llamado “desastre del 98”. Estos autores españoles plantearon en sus escritos la reforma del
país; más tarde, cuando se dieron cuenta de la inutilidad de sus proyectos,
evolucionaron hacia posturas más conservadoras o más esteticistas: en sus
ensayos, reflexionaron sobre España y buscaron la esencia nacional en sus
paisajes, en su historia y en sus múltiples manifestaciones culturales. Creían
que existía un carácter español, con una psicología específica; Castilla, que
había sido el centro neurálgico de la historia de España, fue para ellos la
tierra que mejor encarnaba ese carácter. Con estas reflexiones, que publicaron
a menudo en la prensa, dieron cada vez más consistencia al género del ensayo.
Los dos ensayistas más destacados de esta generación fueron Unamuno y Azorín.
Los dos temas que más preocuparon a
Unamuno fueron la fe y España. Debido a
su contradictoria personalidad, siempre mantuvo un intenso debate entre fe y
razón, entre su ansia de inmortalidad y su prurito razonador, aunque por los
testimonios y por las pruebas que da parece que se inclinó por el lado de la
religión. Del sentimiento trágico de la
vida y Agonía del cristianismo
son dos ensayos en que reflexiona sobre este asunto.
En su libro En torno al casticismo expresaba su preocupación por el tema de
España y desarrollaba el concepto de intrahistoria, que tanta importancia
tendrá en la generación del 98.
Azorín se dedicó desde su juventud al
periodismo: en sus artículos se hace patente la evolución de su pensamiento,
desde posiciones anarquistas hasta posturas más bien conservadoras y
esteticistas.
Otros ensayistas del mismo periodo
fueron Ángel Ganivet, al que se le considera pionero de la generación del 98
con su Idearium español; Ramiro de Maeztu, que evolucionó también
hacia posturas muy conservadoras; y Antonio Machado, del que cabe mencionar su
obra Los complementarios.
El
Novecentismo o la generación de 1914.
Fue esta otra generación de grandes ensayistas. Entre los rasgos más destacados
de su pensamiento pueden citarse los siguientes: el europeísmo, motivado sobre
todo por el atraso científico que se advertía en España; el vitalismo con que
trataron de responder al pesimismo y al sentimiento trágico de la vida de sus
antecesores; la necesidad de una reforma política, basada en un análisis
riguroso de la realidad. Muchos escritores de esta generación cultivaron el
ensayo: Manuel Azaña, Pérez de Ayala, Eugenio d´Ors, Américo Castro, Menéndez
Pidal, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna… Sin embargo, la personalidad
más destacada de este grupo fue sin duda José
Ortega y Gasset, al cual se le deben algunos de los más importantes ensayos
del siglo XX.
El pensamiento de Ortega se propone
indagar en la realidad de la vida humana, entendida de forma individual:
conjuga para ello dos actitudes, el vitalismo irracionalista y el racionalismo
puro. Para él, el yo, el individuo, es inseparable de su entorno, de la
circunstancia de la que forma parte.
Ortega y Gasset escribió ensayos
filosóficos, como El espectador, La rebelión de las masas o España invertebrada, en los que se
detenía en analizar también la problemática realidad de nuestro país. Entre sus
escritos sobre ideas estéticas, sobresale La
deshumanización del arte.
El estilo que emplea Ortega en sus
ensayos es muy literario. Su vocabulario es muy rico, pues incluye cultismos,
arcaísmos, neologismos, etc. Sin embargo, lo que más lo caracteriza y distingue
es el uso de numerosas metáforas, con las cuales trata de asombrar y persuadir
al lector.
El ensayo en los años cuarenta estuvo supeditado a las condiciones políticas,
ideológicas y morales de la dictadura. Muchas veces los textos versaron sobre
temas inocuos, poco representativos. Las mejores producciones de esta época
corresponden al campo de las ciencias humanísticas, como sucede con los
estudios filológicos de Rafael Lapesa y de Dámaso Alonso.
En los años cincuenta se produjeron cambios ideológicos que permitieron la
práctica de un ensayismo más crítico. Entre los autores más importantes de este
periodo, destacan Pedro Laín Entralgo, José Luis Aranguren, Julián Marías y
Enrique Tierno Galván.
Por estos mismos años, se estaba
llevando a cabo un interesante ensayismo en el exilio, por parte de los intelectuales españoles que salieron de
España a causa de la Guerra Civil. Entre ellos, sobresalen dos figuras, María
Zambrano y Francisco Ayala.
María
Zambrano, malagueña, fue discípula de
Ortega. Es autora de una obra excepcional. Se ha destacado especialmente la
belleza de su prosa, en la que intentó una fusión entre filosofía y lírica.
Concibió el pensamiento como una condición de la vida humana, indagó en el
amor, en la memoria, en el lenguaje, en la experiencia mística…
Francisco
Ayala, además de novelista, es autor
de numerosos ensayos de sociología, filosofía política y crítica literaria.
La
década de los sesenta vivió
importantes acontecimientos culturales que proporcionaron un gran impulso al
género ensayístico: el desarrollo de las ciencias humanas, la recepción del
pensamiento europeo y estadounidense, la fundación de nuevas revistas, la
aparición de importantes editoriales.
En
los años setenta los ensayos muestran
cambios notables: una mayor actitud crítica, una voluntad de comunicación y una
libertad de expresión que hasta ese momento no se había tenido. Los temas
fueron muy variados, pero destacaron los ensayos de índole política.
En
los ochenta, en cambio, decreció el
interés por los temas políticos; predominaron las reflexiones éticas y
estéticas.
En
las últimas décadas, ha tenido una
mayor relevancia el análisis de los cambios que ha experimentado la sociedad
actual. Por lo general, el ensayo se ha cultivado con una mayor libertad formal
y con un estilo que se ha acercado en muchos momentos al lenguaje literario; se
ha mezclado también con otros géneros, como las memorias, las biografías, el
artículo periodístico, etc., acentuándose así en estos casos su indeterminación
genérica. Entre los autores más destacados, se encuentran Fernando Savater, José Antonio Marina, Francisco Umbral, Félix de Azúa,
Luis Antonio de Villena, Antonio Muñoz Molina, Jon Juaristi, etc. La
mayoría de ellos han publicado sus pensamientos en forma de artículos
periodísticos, ya que son asiduos colaboradores de los más importantes
periódicos.
EL
PERIODISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XX
En el siglo XX, los periódicos se
convirtieron en uno de los principales vehículos para la expresión del
pensamiento y de la cultura. En sus páginas, se difundirán y analizarán los acontecimientos
que mayor influencia van a tener en la sociedad contemporánea.
Durante el primer tercio del siglo XX, los periódicos de mayor difusión que
había en España eran los siguientes: La
Vanguardia (editado en Cataluña), ABC
(fundado por Torcuato Luca de Tena en 1903, de ideología monárquica y
conservadora), El Debate (de
inspiración católica), El Sol
(impulsado por Ortega y Gasset, con una voluntad renovadora), La Nación (referente de la derecha), El Socialista, Tierra y Libertad y Mundo Obrero (estos tres últimos,
ligados a los partidos de izquierdas). Son todos periódicos que al principio no
alcanzaron las tiradas de otras publicaciones europeas; sin embargo, a partir
de 1910 empezaron a convertirse en medios más poderosos, con un lenguaje más
ágil y con un léxico y un estilo muy modernos; cada vez incluirán más secciones
y elementos nuevos, como fotografías, suplementos dedicados a la economía, los
espectáculos, el deporte, etc. Junto a esta prensa diaria, se desarrolló otra
semanal no menos interesante, como fue el caso de las revistas ilustradas, en
las que colaboraron también autores de gran talla: uno de los ejemplos más
notables lo constituye el semanario Blanco
y Negro, que alcanzaría un enorme éxito.
No hay que olvidar que gran parte de las
ideas y de los pensamientos de los escritores
del 98 se difundieron en los diarios de la época. Unamuno, mentor de la
generación, utilizó a menudo el artículo como el medio más adecuado para la
expresión y la comunicación de sus ideas, como así se demuestra con la
recopilación posterior de todos sus artículos en forma de libros. Azorín fue
otro escritor del 98 que ejerció el periodismo: en un artículo muy famoso de
1913 daba nombre a la generación a la que él pertenecía; en otro, también muy
conocido, hablaba del nacimiento de un nuevo grupo de intelectuales, al que se
bautizó como generación del 14 o Novecentismo.
Más tarde, en la aludida generación del 14, muchos de sus
miembros se valieron del artículo periodístico como vehículo apropiado para la
plasmación de sus cualidades intelectuales y artísticas. Ortega y Gasset es sin
duda el ejemplo más preclaro; fue, además, el fundador y director de la Revista de Occidente, que tanta
importancia tendrá en los años
venideros. Junto a él, hay que destacar también a Eugenio d´Ors, Gómez de la
Serna, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala. Este último, por ejemplo, continuaría
utilizando el artículo durante mucho tiempo.
Muchos poetas del 27 colaboraron en periódicos y en revistas de su época;
destacan, sobre todo, sus artículos de crítica literaria. Un autor muy cercano
a ellos fue César González Ruano, al
cual se le considera como un maestro del periodismo contemporáneo; cultivó
todos los géneros literarios, pero destacó sobre todo como periodista: escribió
excelentes artículos y realizó un gran número de entrevistas a las
personalidades más relevantes de la actualidad española e internacional.
En la generación inmediatamente
posterior a la del 27, sobresale Francisco
Ayala, un excelente ensayista que publicó con bastante asiduidad artículos
en los que expresaba sus pensamientos acerca de los temas que más llamaban su
atención, todos ellos de un gran interés humano.
Durante la guerra civil, se instituyeron en las dos zonas enfrentadas organismos
oficiales dedicados exclusivamente a la propaganda. En la zona geográfica ocupada
por cada bando solo podían editarse periódicos adictos. El caso más curioso lo
protagonizó ABC, cuya edición en
Sevilla continuó respondiendo a una ideología tradicional, apoyando al bando de
los sublevados, mientras que las instalaciones de Madrid fueron expropiadas y
se editaba con la misma cabecera, pero al servicio de la causa republicana.
En las trincheras de los sublevados se
difundía un periódico satírico, La
Ametralladora, en el que colaboraban humoristas de la talla de Miguel
Mihura y Álvaro de la Iglesia, que luego continuarían el género con La Codorniz. En la zona roja se
difundía, a su vez, El mono azul, en
el que colaboraron algunos poetas del 27.
Durante el franquismo, se produjo un gran control por parte del Estado de
los medios de comunicación, al tiempo que en otros países democráticos
triunfaba la libertad de expresión. Algunos de los periódicos más importantes
durante el franquismo fueron los siguientes: Arriba (considerado como el órgano del Movimiento Nacional), El Alcázar (de extrema derecha), Diario Ya (católico), Pueblo (próximo al sindicato vertical y
cercano después a sectores de la izquierda), ABC (dentro de la misma línea conservadora y monárquica, dirigido
ahora por Luis María Ansón, que llegará a ser miembro de la Real Academia de la
Lengua), Cambio 16 ( de orientación
liberal, se convirtió en el periódico más progresista de España en los últimos
años del franquismo).
Además, habría que destacar también la
meritoria labor de otros periódicos provincianos, como El Norte de Castilla, dirigido por Miguel Delibes, en el cual
colaboraron entre otros José Jiménez Lozano y Francisco Umbral, dos de los más
ilustres periodistas españoles de la segunda mitad del siglo XX.
En 1966, Manuel Fraga, ministro de
Información, impulsó una nueva ley de prensa, que abolió la censura previa. Sin
embargo, esta liberalización fue sólo relativa, pues nunca dejó de existir un
cierto control estatal.
Aparecieron en esta época publicaciones
de otra clase, como las dedicadas a un público infantil o las que dieron en
conocerse como prensa del corazón.
En 1970 se inició una crisis que dio
entrada a la sociedad de información en la que estamos inmersos.
Con la transición, aparecieron periódicos nuevos que tendrán una
influencia decisiva en la opinión pública, como El País, El Mundo, La Razón, etc. Casi todos ellos se presentaron
con una clara orientación ideológica. Fueron, además, años en los que se dieron
a conocer importantes periodistas. A los mencionados Jiménez Lozano y Francisco
Umbral, se sumaron otros articulistas de gran valía, como Antonio Gala, García
Márquez, Vargas Llosa, Fernando Savater, Jorge Edwards, etc. Muchos de ellos se
convirtieron en excelentes columnistas, como son los casos de Jaime Capmany,
Manuel Alcántara, Martín Prieto, Raúl del Pozo, etc.
En los últimos años, se ha producido un
nuevo fenómeno, paralelo al que se ha llevado a cabo en el mundo de la
comunicación, como es la aparición de una prensa digital, que ocupará un lugar
cada vez más significativo en la sociedad contemporánea.