miércoles, 20 de agosto de 2014

Temario de Literatura para Selectividad


Clases de textos (o de modalidades textuales):

a)                 Textos narrativos. El tipo de estructura más habitual es la secuencial: la narración es una sucesión de hechos. También podemos encontrar en los textos narrativos secuencias descriptivas y dialogadas.
b)                 Textos descriptivos. Lo importante es el orden espacial, la ordenación de los elementos en el espacio, se emplean conectores espaciales. Las descripciones parten de un tema, pueden ser exhaustivas o fijarse solo en los aspectos más destacados, pueden ser objetivas o subjetivas, literarias o técnicas. Se pueden describir objetos, lugares o personas. La descripción de personas puede ser física (prosopografía) o interior (etopeya); normalmente se combinan rasgos físicos y morales, al conjunto se le llama retrato.
c)                  Textos dialogados. La organización se basa en una serie de intervenciones.
d)                 Textos expositivos. La estructura más frecuente es presentación, desarrollo del tema y conclusión.
e)                 Textos argumentativos. Las estructuras más frecuentes son la analizante (tesis o idea principal y argumentos o ideas secundarias) y la sintetizante (argumentos o ideas secundarias y tesis o idea principal). Cuando a la estructura analizante se le agrega de nuevo la tesis al final a modo de conclusión, se llama estructura de encuadre o circular. Otras estructuras empleadas en los textos argumentativos son la paralela, la concéntrica y la de pregunta-respuesta. Cuando se combinan exposición y argumentación, el texto es expositivo-argumentativo. Los argumentos empleados pueden ser razonamientos, ejemplos, casos, datos, citas de autores, etc.

Para la clasificación de los textos, hemos de fijarnos en cuál es la intención dominante, porque lo normal es que se presenten en un mismo texto distintas modalidades. En un texto narrativo, podemos encontrar, como hemos visto, las modalidades descriptiva y dialogada, junto a la modalidad dominante, que será la narrativa. La modalidad descriptiva, a su vez, no suele aparecer sola, sino que lo normal será que se presente combinada con la narrativa. Los textos argumentativos, por su parte, suelen ser en realidad expositivo-argumentativos, pues siempre habrá partes expositivas en ellos. Es más raro encontrar textos que sean puramente argumentativos. Los textos expositivos presentan unas características más definidas, aunque también es frecuente que en ellos se incluyan partes descriptivas.
 No hay que confundir los géneros literarios con los tipos de texto, aunque en  algunos casos se dan coincidencias, como ocurre con el género narrativo y la modalidad narrativa o con el género dramático y la modalidad dialogada. Recordemos que los principales géneros literarios son el narrativo, el dramático, el lírico y el ensayístico.
El género lírico tiene dos manifestaciones, en prosa y en verso. La más habitual es la del verso, conocida como poesía lírica. Constituye en realidad otro tipo de modalidad textual, en la cual también podremos encontrar narración, descripción e incluso diálogo.
En el género ensayístico la modalidad predominante es la argumentativa.







LA POESÍA LÍRICA

La poesía lírica es un género muy antiguo; surgió de la necesidad del ser humano de expresar sus sentimientos. Las dos funciones del lenguaje que predominan en este género son la expresiva y la poética. A través de la poesía lírica se manifiestan emociones, estados de ánimo, ideas… Es un género subjetivo, con tendencia al intimismo. Quien se expresa en él es un yo poético que no hay que confundir necesariamente con el autor; en la poesía contemporánea, sin embargo, aparecen también un o  una tercera persona, a los que el poema se dirige. Debido a la presencia la función expresiva, son frecuentes los recursos expresivos del lenguaje, como las exclamaciones, los apóstrofes, las interrogaciones retóricas, etc. A pesar de este predominio de lo expresivo, pueden aparecer a veces elementos narrativos y descriptivos, más acusados también en la lírica contemporánea.
Con la función poética, se usa la lengua de una forma especial, con una intención estética. La búsqueda de un estilo original obliga al autor a utilizar recursos literarios que sorprendan al lector. Se emplean recursos de la forma, como anáforas, paralelismos sintácticos, hipérbatos, etc. Los recursos del contenido más importantes son la metáfora, la metonimia, el símbolo, el símil o comparación, la personificación, la antítesis, la paradoja y el oxímoron. De todos ellos, el más destacado es la metáfora. Existen diversos tipos de metáfora, unas basadas en una semejanza lógica y otras en una relación intuitiva entre el término real y el término imaginario. Según la forma, se distinguen también diversas clases de metáfora, desde la más simple (R es I) hasta la más rebuscada, en la que el término imaginario sustituye al término real (conocida como metáfora pura).
En la poesía, las palabras se suelen usar con un sentido figurado: es muy importante a este respecto la connotación, que es el conjunto de significados subjetivos que se añaden a las palabras.
En la forma de la poesía es fundamental el ritmo: la poesía es ritmo, un himno gigante y extraño (como decía Bécquer) que se trata de expresar con el lenguaje. Ese ritmo puede ser regular, basado en la repetición de unos mismos esquemas; es el que se utilizó hasta finales del siglo XIX. Los versos más empleados en la poesía española de todos los tiempos han sido los heptasílabos, los octosílabos, los endecasílabos y los alejandrinos. Entre los tipos de composiciones, han destacado el soneto (con sus distintas variaciones), el romance y la silva. Desde finales del siglo XIX, sin embargo, se ha utilizado también en la poesía un ritmo irregular, el cual ya no se basa en la repetición de una rima o de unos determinados patrones, sino en una especial ordenación de todos los elementos lingüísticos. Cada poema tendrá así su propio ritmo, determinado por su contenido. Nacieron de esta manera los versos libres y la prosa poética, muy cultivados a lo largo del siglo XX.
Los temas que más se repiten en la poesía son el amor (con múltiples facetas), la naturaleza, la vida, la muerte, el paso del tiempo, la religión, etc. Los sentimientos que estos temas han originado han sido muy diferentes, según la época en que los poemas fueron escritos. Así, en el Romanticismo han sido por lo general unos sentimientos muy exaltados, característicos de un alma apasionada.
Algunos de estos temas han tenido un tratamiento muy concreto, dando lugar a lo que se conoce como tópicos literarios. Algunos de los tópicos literarios más cultivados han sido los siguientes: el carpe diem (“coge el día o disfruta el momento”), el tempus fugit (“el tiempo huye”), el poder igualatorio de la muerte, el ubi sunt (“dónde están”), el locus amoenus (“el lugar ameno”), el beatus ille (“dichoso aquel que vive en el campo, lejos de la ciudad”).
A lo largo de la historia, se han distinguido diferentes subgéneros líricos. Los más importantes han sido la elegía, la égloga y la oda.
Se ha cultivado una poesía popular y una poesía culta. La poesía popular ha sido anónima, aunque los poetas cultos también la han imitado. En el desarrollo de la poesía culta, ha habido etapas fundamentales, como el Renacimiento, el Barroco, el Romanticismo y el primer tercio del siglo XX. En la lírica contemporánea, se dan por lo general muchas tendencias, algunas de ellas adaptadas a las características culturales de nuestro tiempo.



EL TEATRO

El teatro presenta dos dimensiones: el texto y la representación. Es un género que está concebido por lo general para ser representado ante un público en un escenario. Desarrolla una historia que se manifiesta a través de las palabras, los gestos y las acciones de unos personajes. Puede estar escrito en prosa o en verso. El público que asiste a la representación participa de algún modo en el desarrollo de la obra con sus distintas reacciones; en el siglo XX llegará a tener incluso un papel importante, pues habrá textos que interactúen también con él.
Dentro del teatro, se distinguen subgéneros mayores y subgéneros menores. Los mayores pueden ser de tres clases: tragedia, comedia y drama.
La tragedia presenta un conflicto entre un héroe y la adversidad, ante la cual sucumbe. Se caracteriza por la idealización del ambiente y por un lenguaje elevado. El desenlace es doloroso y recibe el nombre de catástrofe.
La comedia presenta conflictos supuestos, situaciones falsas o personajes ridículos. Es también reflejo de la vida diaria, en el que subyace un sentido crítico. La acción se resuelve casi siempre con un desenlace feliz.
El drama es un subgénero que tiene, como la tragedia, un conflicto doloroso; pero no lo sitúa en un plano ideal, sino en el mundo de la realidad, con personajes menos grandiosos que los héroes trágicos y más cercanos a la humanidad corriente. Una forma del drama fue conocida como tragicomedia, en la cual se mezclaban elementos trágicos y cómicos.
Entre los subgéneros menores, destacan el auto sacramental, el entremés, los pasos, los monólogos, el sainete y la farsa. También ha existido un teatro musical en forma de óperas y zarzuelas.
El teatro en lengua romance surgió en el interior de los templos, con motivo de las grandes celebraciones litúrgicas. En el Siglo de Oro aparecieron los corrales de comedias, que fueron los primeros edificios públicos donde se llevaron a cabo representaciones teatrales.
En la obra teatral hay que distinguir lo que es el texto principal y lo que es el texto secundario. El texto principal puede adoptar diferentes formas: diálogo, monólogo y aparte. El diálogo consiste en una sucesión de intervenciones; a veces adquiere un carácter narrativo, cuando un personaje relata algún episodio que ha ocurrido fuera del escenario. Durante bastante tiempo tuvo mucha importancia en los diálogos el decoro, el ajuste entre el carácter del personaje y su manera de hablar.
El monólogo es un parlamento en el que un personaje declara en voz alta sus pensamientos y emociones: el discurso no se dirige a ningún interlocutor, sino a sí mismo. Cuando el personaje revela lo que piensa o lo que siente al espectador, se llama soliloquio. Los apartes son intervenciones muy breves, normalmente de carácter cómico, en las que un personaje habla de manera que parezca que los otros personajes no lo oyen.
El texto secundario está formado por las acotaciones, que suelen aparecer en letra cursiva y entre paréntesis. Pueden ir al principio de la obra, al comienzo de los actos o en medio de las intervenciones de los personajes. En ellas se da cuenta de lo que estos hacen, de sus entradas y salidas, de cómo van vestidos, de cómo es el escenario, etc. En el teatro actual ha disminuido la importancia de las acotaciones; sin embargo, en otros tiempos llegaron a tener una gran notoriedad, como en el teatro de Valle-Inclán o de García Lorca.
En el estudio de un texto teatral es muy importante el análisis de la acción dramática, del tiempo y del espacio. La acción suele tener una estructura externa, dividida en actos, cuadros y escenas. La estructura interna tiene que ver con el propio desarrollo del conflicto.
Las dos funciones del lenguaje que tienen más relevancia en la obra teatral son la expresiva y la apelativa. En el teatro, como en la poesía, son muy destacados los recursos expresivos de la lengua, junto a las apelaciones, los vocativos y las formas de imperativo que son característicos de la función apelativa. En ciertos momentos de la obra también puede cobrar importancia la función poética.



LA NOVELA


La novela, como el cuento, pertenece al género narrativo. En él un narrador cuenta una historia que les sucede a unos personajes en un lugar y un tiempo determinados. La novela se caracteriza por ser una narración extensa: a diferencia del cuento, que es más intenso, permite un desarrollo más pormenorizado de todos los elementos que conforman la narración. Mezcladas con las partes narrativas, en una novela también pueden aparecer descripciones y diálogos. En la literatura contemporánea, son frecuentes las digresiones, que son reflexiones o comentarios más o menos extensos que rompen el hilo del discurso y que se refieren a cosas que no tienen una conexión directa con aquello de que se estaba tratando.
La novela moderna surgió en el siglo XVI con el Lazarillo de Tormes y Don Quijote de la Mancha. Estas obras se apartaban de los modelos novelescos anteriores por su acercamiento a la realidad y por la presentación de unos personajes que van evolucionando a medida que se desarrollan los hechos. En la literatura contemporánea, la novela aparece como un género abierto, muy difícil de definir. Según Ernesto Sábato, el verdadero territorio de la novela actual es la propia conciencia del hombre. Se pueden distinguir distintos subgéneros novelescos, según el tema o el estilo que tengan. Algunos de los más cultivados han sido la novela histórica, la novela policíaca y la novela de aventuras.
El narrador no coincide necesariamente con el autor: el narrador es la voz que cuenta la historia; esta voz se puede presentar en primera, segunda o tercera persona. Aunque la novela está dirigida a un lector, a veces contiene un destinatario interno, al que se dirige el narrador en su discurso.
El narrador puede ser de dos clases: interno o externo. El narrador interno coincide con uno de los personajes de la novela, ya sea el protagonista o un personaje secundario de ella. En estos casos, se trata de una narración en primera persona, de un relato en forma autobiográfica.
El narrador externo es ajeno a la historia, por lo que utiliza la tercera persona. Suele ser un narrador omnisciente, que fue el que predominó en la novela hasta el siglo XX: se le llama así porque lo sabe todo y porque penetra en el interior de los personajes. En el siglo XX surgió también un narrador objetivo que se limita a contar lo que hacen o dicen los personajes, como si fuera un mero testigo de los hechos. En la novela contemporánea también es frecuente que la historia se cuente desde el punto de vista de un personaje o desde el punto de vista de muchos de ellos, surgiendo así otros tipos de narradores,  a veces un tanto ambiguos.
Los personajes se clasifican, según su importancia, en protagonistas y secundarios. Los protagonistas a veces tienen un adversario, al que se le llama antagonista. Hay novelas que presentan también multitud de personajes, sin que ninguno de ellos se erija en protagonista: en estos casos hablamos de personaje colectivo o de novela colectiva (La colmena de Camilo José Cela es un ejemplo de ello).
Los personajes secundarios son muy importantes en una novela: hay obras en las que constituyen una auténtica galería, con la cual se caracteriza un determinado ambiente de la sociedad, como ocurre en muchas novelas de Pío Baroja.
Los personajes de una novela van evolucionando a lo largo de ella. En su caracterización, son muy importantes las descripciones y los diálogos. A la descripción completa de un personaje (física y psicológica) se le conoce como retrato. Junto a los diálogos, hay que destacar también las introspecciones, los pensamientos de los personajes. Para reproducir lo que los personajes han dicho o han pensado, se usan diversas técnicas, como el estilo directo (en forma de diálogos), el estilo indirecto, el estilo indirecto libre y el monólogo interior.
La descripción de los lugares es otro aspecto fundamental de la novela. Se pueden encontrar diversas clases de lugares: rurales, urbanos, de interior, de exterior, etc. En la novela del siglo XX son muy abundantes los espacios urbanos.
El tiempo es un elemento esencial de la novela; en gran parte, el éxito de ella depende del modo en que el autor desarrolla los hechos en el tiempo. La organización de los hechos puede ser lineal o no: en las novelas tradicionales el argumento seguía un orden lineal, a veces interrumpido por algunas retrospecciones; en cambio, en las novelas contemporáneas, este orden se altera con frecuentes saltos hacia adelante o hacia atrás en el tiempo; en ocasiones, incluso las historias han empezado por el final y han retrocedido después al inicio de los hechos.
Cada novela tiene su propio ritmo narrativo. En él hay que tener en cuenta diversas técnicas: las pausas descriptivas, en las que la acción no avanza; los resúmenes de los acontecimientos, en los que el narrador cuenta de forma abreviada lo que pasa; las elipsis, las omisiones de episodios que dejan de contarse en la historia, etc.



EL ENSAYO

Definición. Es un género moderno que ha surgido como vehículo del pensamiento. El término ensayo fue, de hecho, utilizado por primera vez por el francés Michel de Montaigne a finales del siglo XVI; en España no se generalizó el concepto actual hasta el siglo XIX. El ensayo se escribe en prosa, es de extensión variable y puede versar sobre distintos temas, con un carácter claramente reflexivo.
Los temas, por tanto, pueden ser muy variados: filosóficos, históricos, científicos, literarios, religiosos… El ensayo admite, quizá por esta misma diversidad temática, diferentes formas y estilos. Se trata de un género que ha estado muy ligado a la literatura y, en los últimos tiempos, también al periodismo.

Características. A pesar de esta variedad, los textos ensayísticos suelen reunir unas características comunes, como son las siguientes:

·         Modalidades textuales. Se utilizan fundamentalmente la exposición y la argumentación; la argumentación es imprescindible para justificar las opiniones o las ideas que se presentan en los textos; los argumentos pueden ser razones verosímiles o probables, ejemplos significativos, experiencias personales o citas de autores.
·         Finalidad. El fin principal del autor del ensayo es persuadir al lector, no solo de las ideas que se exponen, sino también de lo bien argumentadas que están; por ello, se trata de textos que a menudo tienen un carácter dialógico, ya que se dirigen a un receptor (explícito o implícito).
·         Rasgos gramaticales. Debido a ese mismo carácter dialógico, se suelen utilizar vocativos para interpelar al lector, formas verbales y pronominales de segunda persona, oraciones pertenecientes a las modalidades interrogativa e imperativa; cuando el destinatario no aparece, se recurre a formas impersonales o a un sujeto múltiple, representado por el pronombre nosotros.
·         Estructura. Los textos ensayísticos presentan con frecuencia una estructura abierta: los contenidos se organizan con cierta libertad y no existe un esquema rígido que determine el desarrollo del pensamiento del autor; son, además, habituales las digresiones, cuando el tema principal deriva hacia otros y se incluyen fragmentos de diversas formas y tipos, como narraciones, descripciones, ejemplos o citas.
·         Estilo. El discurso ensayístico emplea la lengua estándar, con voluntad de claridad y corrección. Suele incluir voces y modismos coloquiales, neologismos, etimologías… Frente al discurso científico, prescinde de notas y de bibliografías sistematizadas, se utilizan pocos tecnicismos (se dirige a un público culto, pero no especializado) y predomina el vocabulario abstracto de tipo humanístico.  La actitud estética del autor se manifiesta en el empleo de un lenguaje connotativo y de recursos expresivos; no son raras en los ensayos las metáforas ni cualesquiera otras figuras que puedan embellecer la lengua y reforzar al mismo tiempo el contenido. Muchos de nuestros mejores ensayistas del siglo XX son también grandísimos escritores, como le ocurre a Unamuno, Pérez de Ayala, Francisco Umbral o  Fernando Savater, por citar algunos ejemplos.

El ensayo, pues, tiene un carácter subjetivo: se trata, ante todo, de una reflexión acerca de un determinado tema, estrechamente vinculado al contexto histórico y cultural en el que se genera. De ahí que la prosa ensayística del siglo XX esté quizá más ligada que otros géneros a los acontecimientos, procesos y movimientos ideológicos que marcaron esta época. Entre fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX se publicaron obras muy importantes en la historia del ensayismo español, tanto en lo que se refiere a los temas tratados como a los aspectos discursivos, que contribuyeron a establecer el modelo del ensayo moderno.

Orientaciones ensayísticas generales.
Los escritores del 98, inmersos en la crisis por la que pasaba España a finales del siglo XIX, orientaron sus textos ensayísticos hacia la realidad del país, tratando de desentrañar las claves que conformaban la identidad nacional, impresa en su cultura, sus gentes y su paisaje. Reflexionaron sobre los problemas de España y aportaron nuevas propuestas, en ocasiones basadas en el irracionalismo, con un estilo que en ellos venía a ser muy característico. Los dos ensayistas más destacados fueron Unamuno y Azorín.
Los escritores novecentistas, por su parte, también procuraron la reforma y la modernización del país, aunque desde presupuestos muy diferentes, entre los que destacó su tendencia europeizadora, muy ligada a la idea de la construcción de un Estado liberal moderno. Ortega y Gasset fue su principal representante.
El ensayo de los años cuarenta y cincuenta está marcado por la situación de posguerra. Fuera de España, hay que mencionar una vez más la labor ensayística de Francisco Ayala. Dentro, los autores se dividen entre los que están cerca de los valores del régimen y los que se desvinculan de la realidad de la época y se preocupan a veces de temas insustanciales.
En los años sesenta y setenta se difunden las corrientes de pensamiento procedentes de otros países. Se practica un ensayismo más crítico, muchas veces sobre temas históricos y políticos.
A partir de los ochenta decae el interés por la política y se produce un predominio de textos dedicados a reflexiones éticas y estéticas. Así, son muy notables los que analizan los cambios que se observan en la sociedad contemporánea. Hay también un acercamiento cada vez más acentuado a la literatura y una mayor indeterminación del género, que se mezcla con otros como las memorias, la biografía, el diario y el artículo periodístico.




EL PERIODISMO: PRINCIPALES SUBGÉNEROS PERIODÍSTICOS.

Orígenes. Aunque ya en los siglos XVII y XVIII existieron publicaciones periódicas en forma de gacetas y de diarios, la consolidación de la prensa no se produjo hasta el siglo XIX, impulsada por los avances tecnológicos, la ampliación y agilización de las comunicaciones, la utilización del ferrocarril y la reducción del analfabetismo. En esta época se dio una estrecha relación entre la literatura y la prensa, especialmente a través de un género característico de la 1ª mitad del siglo, el artículo de costumbres, cultivado por Mariano José de Larra entre otros. En la 2ª mitad muchos autores publicaron sus obras en este medio: los géneros de más éxito fueron el folletín y la novela por entregas.
En el siglo XX, la prensa se convertirá en un medio de comunicación de masas. El periódico pasará a ser una empresa económica de un inmenso poder e influencia, como se demuestra con los grupos de comunicación que se han creado. Junto al periódico tradicional, también ha surgido en los últimos años el periódico digital, de una gran proyección.

Subgéneros periodísticos. Se distinguen tres géneros periodísticos, según la finalidad y el carácter que los presiden: los informativos, los de opinión y los híbridos.

Los subgéneros informativos son tres: la noticia, el reportaje y la entrevista.

La noticia. Es el subgénero más básico y característico del periodismo. Consiste en el relato de un hecho real que ha ocurrido recientemente y que suscita el interés general. El periodista debe contar lo sucedido de manera objetiva, sin opinar sobre ello. La noticia ha de ser breve y concisa, centrada en los datos más importantes, tratando de responder a las preguntas ¿quién?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo? y ¿por qué?
La noticia presenta una estructura muy definida: titular, entrada o entradilla y cuerpo de la noticia.
El titular es una especie de enunciado de la noticia que se destaca con una letra negrita de mayor tamaño; debe ser breve y atractivo y a veces va acompañado de un subtítulo o sumario.
La entrada o entradilla es un resumen de lo más significativo de la noticia; suele ir destacada también con otro tipo de letra, en negrita o en cursiva.
El cuerpo de la noticia está constituido por los párrafos en los que se ofrece la información completa de lo ocurrido. Se aportan primero los datos más importantes para dejar para el final detalles más prescindibles, de modo que el interés informativo se organiza en forma de pirámide invertida.

El reportaje. Es una noticia ampliada sobre hechos de interés general, lo que permite un estilo más personal. Es el producto de una investigación más detenida. Puede ser el reportaje de interés humano, de carácter social o de diálogo, en el que varias personas opinan sobre un hecho concreto.

La entrevista. Suele comenzar con una presentación del entrevistado, seguida de una relación de preguntas y respuestas. Puede ser de varias clases: entrevista de declaraciones, que se realiza a un personaje sobre un tema determinado; entrevista de personalidad, en la que se intenta traslucir la personalidad del entrevistado y que suele ir acompañada de fotografías, y entrevista con fórmulas establecidas, en forma de test.

Los subgéneros de opinión son también tres: editorial, artículo de fondo o de opinión y crítica.

El editorial. Se publica en una página destacada; aparece sin firma, refleja la línea ideológica del periódico; es responsabilidad del director o del consejo de redacción. Se refiere siempre a un tema de actualidad.

El artículo de fondo o de opinión. Un autor expone de forma subjetiva su opinión acerca de cuestiones culturales, religiosas, políticas, etc. El artículo de opinión puede presentarse por lo general bajo las siguientes formas:
·         Columna: Suele presentar la forma de una columna; es un comentario firmado, normalmente breve, que aparece en un lugar determinado del periódico.
·         Tribuna libre: Expresa la opinión de un especialista sobre diversos campos.
·         Comentario: Trata temas de política nacional o internacional y se inserta en la sección correspondiente a estas cuestiones.
·         Artículo-ensayo: Es una reflexión argumentada sobre temas relacionados con las humanidades, las ciencias o algunas situaciones políticas o sociales, con citas de autoridad y con abundantes referencias históricas y culturales.

Los artículos combinan a menudo la exposición y la argumentación. En los últimos tiempos, sin embargo, se han empleado también textos narrativos, algunos con un carácter muy literario.

La crítica, por su parte, es un texto en el que se analiza y enjuicia una obra artística o cultural, como una película, una exposición, una representación teatral, un libro, etc.

Los subgéneros híbridos son aquellos que mezclan información y opinión. Entre ellos, los más importantes son la crónica, el reportaje interpretativo y la entrevista que incluye los comentarios del periodista acerca de la persona entrevistada.

La crónica es también una noticia ampliada, en la cual se incorpora una valoración o interpretación personal de los hechos. En la crónica se emplean a menudo recursos propios de la literatura. Hay muchas clases de crónicas, dependiendo de los temas que traten: locales, deportivas, taurinas, parlamentarias, de sociedad…

El reportaje interpretativo se diferencia del informativo en la valoración o interpretación que hace el reportero de los hechos sobre los que informa.

El lenguaje periodístico. El lenguaje periodístico es una mezcla de registros y recursos procedentes de diversos campos. Sin embargo, la rapidez con que se elaboran las noticias y las traducciones de informaciones extranjeras es causa de errores y descuidos que, debido a la influencia de los medios de comunicación, pasan con frecuencia al lenguaje común.

El lenguaje de los titulares. Un buen titular debe condensar en pocas palabras lo esencial del texto que le acompaña. Pueden ser los titulares objetivos, si son fieles a la noticia, o subjetivos, si destacan aspectos parciales o reflejan la opinión del redactor. Por la economía lingüística que los rige, es frecuente que se omitan verbos, dando lugar a estructuras nominales; también se recurre a veces a frases proverbiales o literarias, con ligeras modificaciones.

La lengua en el periodismo. Debe emplearse la lengua de un modo claro, correcto y sencillo. Estas características varían en función del subgénero o del contenido; así, en un artículo de opinión o en una crónica se permite un estilo más variado; de hecho, no es raro encontrar artículos que son auténticas piezas literarias. Algunas secciones (como las de economía, ciencia, etc.) incluyen asimismo un tipo de lenguaje especializado que no siempre es comprensible para el lector común.
Se utilizan a menudo recursos o figuras del lenguaje literario, como metáforas, hipérboles, metonimias, paronomasias…
Otras veces se recurre a expresiones del lenguaje coloquial, cuyo abuso es censurable. El lenguaje administrativo y político también suministra vocablos, como palabras derivadas, perífrasis, rodeos, eufemismos, etc.
Una característica muy destacada es sin duda el frecuente uso de extranjerismos, muchos de ellos anglicismos: marketing, catering, prime time, top model…
Como se ha apuntado antes, se cometen con frecuencia errores o se cae en determinados vicios, debido a la inmediatez con que se redacta o se traduce, como la sustitución de preposiciones por giros prepositivos que no son propios de nuestro idioma (a nivel de, en base a…), el uso de extranjerismos innecesarios, de neologismos de diverso tipo, de siglas, frases hechas, tópicos, etc.



La poesía lírica del siglo XX hasta 1939

Este período puede ser dividido en tres etapas: la que coincide con el Modernismo y la Generación del 98 (últimas décadas del siglo XIX y primeros años del XX), la del Novecentismo o Generación del 14 y la que se corresponde con la Generación del 27, cuya labor se prolonga durante gran parte del siglo XX.
El Modernismo no es solo un movimiento artístico y literario. Es también una época, una época de crisis y de búsqueda de nuevos valores. Es un movimiento que afecta a todos los órdenes de la vida y que presenta por ello muchas caras; surgió en el campo de la teología y de él se extendió a otros terrenos.
El Modernismo representa un arte nuevo, caracterizado por el afán de modernidad. En literatura, este movimiento tiene su origen en dos corrientes de la poesía francesa de la segunda mitad del siglo XIX, el Parnasianismo y el Simbolismo, en los cuales se pueden encontrar ya los rasgos esenciales que después lo caracterizarían.
El Modernismo literario surgió en Hispanoamérica de la mano de una serie de poetas, entre los que destaca el cubano José Martí, uno de los grandes ideólogos de la nueva realidad americana. Con el Modernismo, la literatura hispanoamericana alcanza su  madurez. El líder de este movimiento es el nicaragüense Rubén Darío, cuyas obras ejercen una gran influencia en otros autores. El género más cultivado es la poesía. En el estilo modernista sobresalen los valores sensoriales y los efectos rítmicos del lenguaje. La desazón romántica, la evasión en el espacio y en el tiempo, el cosmopolitismo, el sentimiento americano, son algunos de sus temas más característicos.
El influjo de Rubén Darío fue decisivo en el devenir del modernismo español. Sin él, nuestros poetas modernistas hubieran seguido otro rumbo. Entre ellos, destacan Salvador Rueda, Manuel Reina, Francisco Villaespesa, Manuel y Antonio Machado, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez. Algunos de ellos no abandonaron la línea modernista instaurada por Rubén Darío, como ocurrió con los cuatro primeros. Se ha destacado también una corriente posmodernista, de tono meditativo, representada entre otros por Ramón de Basterra y por el canario Tomás Morales. Antonio Machado, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, por su parte, se apartaron del modernismo para seguir otros caminos. En general, el modernismo español es más intimista; se puede comprobar en los libros iniciales de Antonio Machado y de Juan Ramón Jiménez, en los cuales se aprecia un tono más romántico,  con una clara influencia simbolista.
La Generación del 98, surgida a finales del siglo XIX, es un movimiento exclusivamente español. Pertenece a la época del Modernismo. La pérdida de las últimas colonias españolas desató una intensa polémica: a la crisis social, económica y política que ya había se vino a sumar ahora una preocupación ideológica, centrada en el tema de España. Campos de Castilla de Antonio Machado es un claro ejemplo de todo ello: en esta obra, el autor abandona el modernismo para expresar con un estilo más personal todo lo que le inspiraba su nuevo interés por la realidad española. Dotado de una gran sensibilidad, concibió la poesía como una honda palpitación del espíritu. Destacan el paisaje de Soria, descrito en unos versos bellísimos, y el dolor por la pérdida de la esposa. Gran parte de su última poesía fue de carácter filosófico.
Unamuno también cultivó la poesía: en ella aparecen los temas que a él más le preocupaban, expresados de una forma muy intensa.
En torno a 1914 surge una nueva generación de intelectuales, conocida como Novecentismo o Generación del 14. Con ella se desarrolló un nuevo concepto de poesía intelectual, cuyo máximo ejemplo fue la poesía pura que cultivó Juan Ramón Jiménez a partir de una cierta época. El libro con el que se produjo el cambio fue Diario de un poeta recién casado, publicado en 1916. Desde entonces su poesía fue creciendo en hondura y calidad, hasta llegar a una especie de panteísmo. Su poema Espacio y sus libros Animal de fondo y Dios deseado y deseante son una clara muestra de esta lírica profunda. No hay que olvidar tampoco la prosa poética, de la que un buen ejemplo es Platero y yo. Juan Ramón está considerado por muchos críticos como uno de los mejores poetas del siglo XX. Su influencia será decisiva en la formación de los poetas de la Generación del 27. Junto a él, hay que destacar también la labor de Ramón Gómez de la Serna, quien introdujo las primeras vanguardias en la literatura española. El Ultraísmo y el Creacionismo fueron dos de los movimientos vanguardistas que se desarrollaron en España. En los años veinte, tuvo mucha importancia el ensayo La deshumanización del arte de Ortega y Gasset: en él dio cuenta de la nueva poesía que se estaba escribiendo, caracterizada por la falta de sentimientos y por el excesivo artificio.
Con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora, se reunió en el Ateneo de Sevilla un grupo de poetas para rendirle homenaje. Entre ellos se encontraban muchos de los integrantes de la Generación del 27, considerada como una nueva edad de oro de la literatura española. La formaron, entre otros, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. Fueron grandes amigos, la mayoría de ellos profesores, con una gran formación. Participaron en muchos actos comunes, como el referido homenaje, y publicaron en las mismas revistas. Admiraron a los clásicos españoles, a Bécquer y a Juan Ramón Jiménez, que les sirvió de modelo. En su producción se pueden distinguir distintas tendencias: la poesía pura de Jorge Guillén y Pedro Salinas; los ensayos vanguardistas de Gerardo Diego, uno de los máximos representantes del Creacionismo, autor además de una importante antología, en la cual recogía a los poetas más representativos de su generación; la poesía neopopular de García Lorca y de Rafael Alberti; la línea surrealista que se inició a partir de 1930, con la que se dio paso a una  rehumanización del arte. El Surrealismo fue el movimiento de vanguardia más duradero, el que más influencia ha ejercido a lo largo del siglo XX en el arte y en la literatura: este movimiento se propuso liberar en la obra artística todo lo que se hallaba contenido en el mundo del subconsciente; los escritores practicaron, entre otras técnicas, la de la escritura automática, con la cual trataban de expresar todos los pensamientos e impresiones que se sucedían de forma espontánea y caótica en sus mentes. Poeta en Nueva York de García Lorca, Sobre los ángeles de Rafael Alberti y La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre son algunas de las obras más representativas de esta tendencia.
El acontecimiento que marcó definitivamente a los componentes de esta generación fue la Guerra Civil. Lorca fue fusilado; Miguel Hernández, considerado como un epígono de la generación, moriría años después en la cárcel. Muchos poetas se fueron al exilio; el dolor por lo sucedido y la nostalgia de la patria se convertirán en ellos en temas recurrentes. Los pocos que se quedaron en España tuvieron un papel decisivo en los años venideros.
La Generación del 27 no fue solo una generación de escritores: incluye también a pintores, arquitectos, músicos y cineastas.
Hubo una generación inmediata a ella, conocida como la del 36, a la cual se adscribe Miguel Hernández. Coincide con los inicios de otros poetas, como Luis Rosales, Leopoldo Panero, Juan Gil-Albert, Rosa Chacel, León Felipe, etc.


LA NARRATIVA DEL SIGLO XX HASTA 1939
En los primeros años del siglo XX, continuaron escribieron narradores del siglo anterior, como son los casos de Blasco Ibáñez o de Pardo Bazán. Junto a ellos, destacan también otros escritores, como Felipe Trigo o Eugenio Noel.
El Modernismo supuso la entrada en una nueva época para el arte y la literatura, una época marcada por la búsqueda de un estilo moderno.
En España, el final del siglo XIX estuvo marcado por una profunda crisis, acentuada por las especiales circunstancias que se produjeron después de la pérdida de las últimas colonias.
Un grupo de intelectuales y escritores, conocido después como Generación del 98, intentó poner remedio al principio a los males de España de forma parecida a como proponía el regeneracionismo, movimiento liderado por Joaquín Costa.
España se convirtió así en el tema central de estos escritores. La preocupación por España no era nueva en la literatura española. Uno de los precedentes más inmediatos lo tenían en Ángel Ganivet, al que se le considera precursor de este grupo. También Unamuno lo había tratado mucho en sus escritos; él fue, por ejemplo, el que inventó el concepto de intrahistoria, aplicado al conjunto de circunstancias y hechos que late en el fondo de los acontecimientos históricos.
El desengaño de la política llevó a estos escritores a amar aún más a España. Buscaron la esencia española, el alma de España; la buscaron en el paisaje (sobre todo, en el de Castilla), en las tradiciones del pueblo español, en la historia, en la propia literatura…
Los integrantes de la Generación del 98, a la que dio nombre Azorín en unos artículos publicados en ABC, fueron los siguientes: Miguel de Unamuno, el propio Azorín (seudónimo de José Martínez Ruiz), Pío Baroja, Antonio Machado y Valle-Inclán. Unamuno, nacido en Bilbao, fue un hombre polifacético: además de catedrático, fue ensayista, articulista, poeta, novelista y dramaturgo. Es, sin lugar a dudas, uno de nuestros más grandes escritores del siglo XX. Sus dos principales preocupaciones fueron la fe y el problema de España. En una primera etapa de su producción novelística, destaca Paz en la guerra, sobre el asedio de los carlistas a la ciudad de Bilbao, vivido por él en su infancia: aunque es una obra en la que predomina lo narrativo, se puede ver un anticipo de las principales ideas que preocuparán a Unamuno. Su novela Niebla, a la que llamó nivola, fue un claro ejemplo de obra moderna, ya que el autor se valió de ella para exponer sus ideas. Esta fórmula narrativa la utilizó también en otras obras; una de las más destacadas fue San Manuel bueno, mártir, en la cual plantea la problemática de la fe. Un aspecto importante de este autor lo constituyen sus paisajes, en los que trata de vislumbrar el alma que se refleja en ellos, alcanzando momentos de gran altura contemplativa, como se puede ver en Andanzas y visiones españolas.
Azorín, alicantino, cultivó también varios géneros, desde el  teatro hasta la novela. Como narrador, se dio a conocer con una novela muy renovadora, de carácter impresionista. Azorín destaca, sin duda, por sus paisajes. Cultiva además una prosa muy artística, de grandes efectos rítmicos y estilísticos. Una de sus creaciones más significativas fue Castilla.
Pío Baroja nació en San Sebastián. Fue el gran novelista de la generación. Amó a España con amargura, como se comprueba constantemente en sus obras.
A pesar de su estilo, un tanto desaliñado, fue un excelente narrador; en sus novelas se halla una amplísima galería de personajes.
Escribió novelas de aventuras, algunas ambientadas en su tierra vasca o en el mar, como Zalacaín el aventurero o Las inquietudes de Shanti Andía; en otras, en cambio, presentaba personajes bastante autobiográficos, tipos introvertidos y pesimistas con un gran sentido crítico, como ocurre en Camino de perfección o en El árbol de la ciencia, obra en la que refleja muy bien el espíritu noventayochista, así como los hechos políticos y sociales que lo generaron. Es muy famosa también su trilogía titulada La lucha por la vida, ambientada en Madrid. Tampoco se deben olvidar sus Memorias de un hombre de acción.
La obra narrativa de este autor es muy extensa. Con su estilo directo y sencillo, a veces impresionista, se le considera un representante genuino de nuestro realismo, el cual tendrá después continuación en las obras de Cela, Delibes y otros narradores españoles del siglo XX.
Ramón María del Valle-Inclán, gallego, fue, sin duda, un hombre original, no solo por sus ideas sino también por su figura y por su forma de vestir y de actuar. El general Primo de Rivera lo llamó “eximio escritor y extravagante ciudadano”.
Se declaró carlista, más por estética que por convicción, si bien el carlismo era una causa con la que él estuvo muy familiarizado. En la última etapa de su vida, sin embargo, fue tomando posiciones cada vez más radicales, cercanas al comunismo.
Valle-Inclán cultivó todos los géneros. Fue un poeta modernista, influido por Rubén Darío. Sus Sonatas constituyen la mejor prosa modernista de la literatura española. En su obra narrativa, destacan también sus novelas inspiradas en la segunda guerra carlista y, sobre todo, Tirano Banderas, novela en la que realiza una soberbia caricatura de un dictador latinoamericano, uno de los mejores precedentes de otros libros que se escribirán después sobre el mismo tema. Completan su obra narrativa las novelas del Ruedo ibérico, centradas en la época de Isabel II.
El Novecentismo. Destaca por su europeísmo y por la gran formación intelectual de sus integrantes. Su autor más representativo fue Ortega y Gasset, sin duda el pensador más importante de nuestra literatura. A ella también pertenecieron insignes escritores como Ramón Gómez de la Serna, Eugenio d’Ors y Gregorio Marañón.
Uno de los géneros más cultivados será la novela, en la cual sobresalen dos singulares escritores, Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró.
Pérez de Ayala es muy notable por el empleo de la ironía y por la creación de una de las prosas más originales de nuestra literatura. Su obra más conocida es Belarmino y Apolonio, en la cual enfrenta dos formas diferentes de entender el mundo, representadas por dos  zapateros: Belarmino, con un peculiar sentido filosófico de la vida, y Apolonio, con una visión de carácter más dramático. Gabriel Miró, de Alicante, es el creador de una de las prosas más bellas de la literatura española: poseía unas excelentes condiciones para sentir el paisaje y para expresar sus sensaciones con gran sutileza. Es autor de cuentos, estampas y novelas de diverso carácter. Entre estas, sobresalen las que dedicó a Oleza, que es el nombre artístico de Orihuela: Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso.

Casi contemporáneos de los poetas del 27 son los novelistas Benjamín Jarnés, Arturo Barea, Max Aub, Ramón J. Sender y Francisco Ayala. Todos ellos escribieron gran parte de su obra en el exilio. Ramón J. Sender escribió novelas muy intensas sobre la guerra, como Réquiem por un campesino español y, sobre todo, Crónica del alba. Francisco Ayala ha sido muy valorado en los últimos años.  Además del ensayo, cultivó la novela y la narración corta. Entre sus novelas, sobresale Muertes de perro, sobre un dictador de un país presuntamente hispanoamericano. Entre los libros de relatos, destacan  Los usurpadores y La cabeza del cordero, conjunto de narraciones sobre la Guerra Civil, algunas con un carácter conciliador. Recuerdos y olvidos es una obra autobiográfica, en la que el autor hace un concienzudo repaso a los principales acontecimientos que marcaron su vida.



EL TEATRO ESPAÑOL HASTA 1939

En España se conocían los movimientos renovadores del teatro mundial en el primer tercio del siglo XX, pero por distintas razones no se adoptaron.  En esta época el teatro español tenía muchos seguidores, aunque no era de mucha calidad. Dentro de lo que es el teatro tradicional, se distinguieron varias tendencias. En los años veinte y treinta se cultivó también un teatro innovador, con grandes autores.
Las tendencias más importantes del teatro tradicional son el drama romántico, la comedia burguesa y el teatro cómico.
El drama romántico, también conocido como modernista, fue una continuación del teatro de Echegaray, de carácter poético y muy declamatorio, con efectos muy característicos del Modernismo. Los autores más destacados de esta corriente fueron Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa y los hermanos Machado.
La comedia burguesa se caracteriza por presentar ambientes de alta burguesía o de un campesinado acomodado. Su principal cultivador fue Jacinto Benavente, que tuvo mucho éxito hasta la Guerra Civil. Su obra más conocida fue Los intereses creados.
El teatro cómico, por su parte, tuvo diversas variantes. Carlos Arniches fue uno de los autores más destacados con sus sainetes de costumbres populares madrileñas; también cultivó un tipo de comedia de gran éxito, a la que llamó tragedia grotesca, en la que denunciaba diversos aspectos sociales. Pedro Muñoz Seca, con La venganza de don Mendo, fue el creador del astracán, género basado en el disparate cómico y en el chiste fácil. Los hermanos Álvarez Quintero tuvieron también mucho éxito con sus sainetes, rebosantes de gracia andaluza.
El teatro innovador fue en principio minoritario. Tuvo en Cataluña varias iniciativas interesantes. Unamuno llevó al teatro sus preocupaciones filosóficas: cultivó así un teatro de ideas, con diálogos muy densos. Azorín y Jacinto Grau fueron otros autores que intentaron escribir un teatro muy distinto del comercial.
La renovación de la escena española llegó de manos de dos grandes escritores, Valle-Inclán y García Lorca.
Valle-Inclán, cuya pertenencia a la generación del 98 es siempre discutible, cultivó todos los géneros literarios, mostrándose en ellos como un escritor genial. Empezó con un teatro muy cercano al Modernismo para inclinarse después por lo que un crítico definió como “teatro en libertad”. En la evolución de su obra dramática, se pueden distinguir diversas etapas. En sus dramas del cíclico mítico, presenta un ambiente gallego atemporal, presidido por fuerzas primitivas: destaca Divinas palabras, una de las cumbres de su dramaturgia. En sus farsas, Valle rompió con la realidad, introduciendo personajes sacados del mundo de la farándula. Era esta ya una aproximación al esperpento, técnica que cultivó en su última etapa, no solo en el género teatral. El esperpento consiste en una deformación sistemática de la realidad: es el arte de la caricatura, conseguido gracias a un magistral manejo del lenguaje; los personajes son degradados mediante animalizaciones, muñequizaciones y cosificaciones; todo ello está inspirado por una visión muy crítica de la realidad. La obra más representativa de esta tendencia es Luces de bohemia, en la cual se cuenta el recorrido de Max Estrella, un poeta ciego,  por la noche madrileña hasta que muere en un portal.
Federico García Lorca concibió el teatro como un espectáculo artístico, en el cual se conjugaba la poesía del lenguaje con el aprovechamiento de todos los recursos escénicos. Fundó una compañía de teatro universitario, La Barraca, con la que viajó por toda España. Él decía que el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana; el tema central de muchas de sus obras es el enfrentamiento entre el principio de libertad y el principio de autoridad, del que resulta un sentimiento de frustración que muchas veces presenta carácter dramático, encarnado siempre por mujeres, que son siempre las verdaderas protagonistas del teatro de Lorca.
Entre las farsas, algunas de ellas para guiñol, destaca La zapatera prodigiosa, una de sus más simpáticas creaciones. En su etapa surrealista, Lorca cultivó también un teatro de este signo, lleno de símbolos y de significados oscuros: destaca su obra Así que pasen cinco años.
El éxito como autor teatral le llegó con Mariana Pineda, un drama romántico en verso sobre la heroína de Granada que fue ajusticiada por bordar una bandera liberal. Doña Rosita la soltera fue otra obra importante: en ella, la protagonista, una mujer granadina, va adquiriendo un carácter dramático a medida que pasa el tiempo. Las tres grandes tragedias de Lorca, conocidas como tragedias de la tierra, fueron Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba. En ellas, se plantea de un modo dramático ese enfrentamiento con la realidad; son obras que trascienden las circunstancias concretas de las que parten para convertirse en símbolos de la propia naturaleza humana.
Durante la Guerra Civil, se siguió cultivando el teatro con distintas orientaciones: los autores más destacados de este periodo fueron Miguel Hernández, Arniches y Alejandro Casona.


LA NARRATIVA ESPAÑOLA DESDE 1940 HASTA 1970

Los años cuarenta fueron muy difíciles; estuvieron marcados por el hambre, el desconcierto y la férrea censura.
Al principio se intentó imponer un tipo de novela triunfalista, escrita por los vencedores de la guerra. En 1942 se publicó La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, novela con la que se inauguró el “tremendismo”, corriente que presentaba de forma truculenta los aspectos más sórdidos y desagradables de la realidad. En esta novela, el protagonista, con un estilo descarnado,  contaba desde la cárcel los hechos más importantes de su vida, condicionados por un destino trágico del que no podía escapar.
En los años cuarenta predominó un tipo de novela existencialista que reflejaba el malestar y el desencanto de la posguerra. Otra novela de este género fue Nada de Carmen Laforet: en ella se cuenta la historia de una joven que va a estudiar a Barcelona y que se aloja en casa de unos tíos, donde encuentra un mundo turbio y vacío en el que perviven viejos conflictos; a punto de caer en el desaliento, la única salida para esta joven serán las amistades que contrae en la universidad.
Otros autores importantes que se dieron a conocer en los años 40 fueron Miguel Delibes, Ana María Matute y Gonzalo Torrente Ballester.
 En los años 50 cambiaron las circunstancias sociales y políticas de España. Esto propició que triunfara el realismo social en la literatura. En la novela, la obra pionera de esta tendencia fue La colmena de Cela, en la cual aparecen multitud de personajes, todos ellos pertenecientes al Madrid de la inmediata posguerra. En las novelas sociales se incorporaron cambios importantes, como el uso de un personaje colectivo, la reducción del tiempo narrativo o la práctica de un objetivismo sistemático, a veces acompañado de una crítica más o menos explícita. En ellas son muy importantes los diálogos, en los que se refleja también de un modo realista la forma de hablar de los personajes. Aparecen ambientes muy diversos de la realidad: ambientes rurales, industriales, urbanos, burgueses… Una de las novelas más importantes de este período, posiblemente la mejor, fue El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio. En ella se cuenta la excursión que realizan unos jóvenes a las inmediaciones del Jarama, donde coinciden con otros grupos de excursionistas; la mayor parte de la obra discurre en forma de diálogos, en los que se reproduce muy bien el registro coloquial que utilizan los personajes. Juntos a los diálogos, sobresalen también fragmentos narrativos y descripciones de un gran mérito artístico. Al final una de las chicas se ahoga, con lo cual la novela adquiere una grandeza dramática que antes no tenía. Otros autores destacados de esta tendencia fueron Jesús Fernández Santos (Los bravos), García Hortelano (Nuevas amistades), Caballero Bonald (Dos días de septiembre), Juan Goytisolo (Juegos de manos), Luis Goytisolo (Las afueras) y Carmen Martín Gaite (Entre visillos). Ana María Matute y Miguel Delibes también cultivaron la novela social. Algunas obras de Delibes fueron El camino y Las ratas, una de las últimas novelas de esta tendencia, con dos personajes primitivos que viven rodeados de unas condiciones muy ingratas, en un lugar perdido de la geografía castellana.
Gonzalo Torrente Ballester, con Los gozos y las sombras, llevará a cabo un realismo diferente, pues se trata de una trilogía ambientada en tiempos de la República. Álvaro Cunqueiro practicó, por su parte,  un realismo fantástico, con inclusión de mitos y de personajes legendarios. Aunque es más conocido como cuentista, posiblemente el más importante de este período, Ignacio Aldecoa también escribió novelas de mucho mérito, como El fulgor y la sangre.
En el exilio, hay que destacar la labor de novelistas como Ramón J. Sender, Max Aub  y Arturo Barea, que escribieron también obras muy valiosas.
En los años 60, que son de mayor apertura y de oposición al régimen, aparecen importantes cambios en la novela española, en gran medida derivados de todas las novedades que se habían venido produciendo en la novelística mundial desde comienzos del siglo XX. Autores como Kafka, Marcel Proust, James Joyce y William Faulkner fueron en este sentido decisivos, como también lo fue el boom de la novela hispanoamericana que acababa de producirse.
 Cambian todos los componentes de la novela: la estructura externa se presenta de otra manera, a veces en forma de secuencias o sin ningún tipo de divisiones; el tiempo narrativo no se organiza como antes, de un modo más o menos lineal, sino que ahora se ofrece desordenado, con saltos hacia adelante o hacia atrás (lo que se conoce como flash back); en lugar del narrador omnisciente tradicional, aparecen otras posiciones, como la del narrador oculto o la del punto de vista de un personaje; el argumento deja de ser importante por sí mismo; los personajes se presentan muchas veces desdibujados, sin una identidad concreta; se recurre a  técnicas distintas, como el estilo indirecto libre o el monólogo interior; se usan todas las personas narrativas, a veces en un mismo texto; el lenguaje de la novela admite infinidad de recursos y de registros, con figuras retóricas antes reservadas a la poesía. Surge así un tipo de novela experimental, de la que son un claro ejemplo algunas de las obras que se publican en estos años en España. Una de las más importantes fue Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, publicada en 1962. Es sin duda una novela pionera: muy influida por el Ulises de James Joyce, supone la superación del realismo social; presenta además un enfoque existencial y simbólico, con una nueva manera de estructurar el argumento. Quizá lo más innovador de ella sean el estilo y la gran variedad de recursos y de procedimientos narrativos que se emplean.
Son años de experimentación, en los que aparecen sorprendentes novelas. Algunas de las más destacadas pertenecen a autores ya consagrados, como Miguel Delibes y Camilo José Cela. Cinco horas con Mario de Delibes es un monólogo interior de una mujer ante el cadáver del marido. Juan Goytisolo, que ya se había dado a conocer en los años 50, se muestra como un portentoso narrador en Señas de identidad y Reivindicación del conde don Julián, novelas en las que aparecen muchas de las características anteriores. Carmen Martín Gaite, novelista también de los 50, continúa su producción en esta década con  Retahílas, obra en la que reproduce el largo diálogo que mantienen dos personajes mientras velan el cadáver de un familiar.
Además de estos autores, aparecen en estos años otros de gran valor. Uno de ellos es Juan Benet, cuya obra Volverás a Región está considerada como una de las más representativas del género. Con un estilo muy complejo y laborioso, recrea en ella un lugar situado entre la realidad y la ficción, una especie de símbolo de España. Otro autor destacado es Juan Marsé, un escritor barcelonés que sobresalió por sus grandes dotes narrativas. Una de sus obras más conocidas de este periodo es Últimas tardes con Teresa, en la cual nos ofrece una visión crítica de la burguesía catalana a través de las relaciones de un joven delincuente con una estudiante de familia burguesa.
En 1972 se publicó La saga/ fuga de JB de Torrente Ballester, obra con la que viene a concluir este período de experimentalismos. Se trata de una novela muy original, con un gran derroche de imaginación: en ella se mezcla de forma ingeniosa la realidad con la ficción.


LA POESÍA LÍRICA DESDE 1940 HASTA LOS AÑOS 70

Se vive una situación muy difícil después de la guerra, con una España dividida. En poesía, como en los demás géneros, el panorama es al principio muy confuso. Por un lado, están los poetas exiliados, entre los que se encuentran muchos componentes de la generación del 27; por otro, los que se quedan y padecen un exilio interior debido a la presión de la censura. Es muy importante la labor de las revistas, que agrupan a los poetas que siguen una misma tendencia. En los primeros años de posguerra se dan en España dos corrientes de poesía:
La corriente neoclásica, de carácter formalista, promocionada desde los organismos oficiales. Dentro de ella, se distinguen a su vez tres tendencias: la poesía religiosa, la poesía de carácter épico y la  poesía pura. Estas tres tendencias se dan con frecuencia en los mismos autores. Son poetas que se agrupan en torno a la revista Garcilaso: José García Nieto (su fundador), Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Luis Rosales son algunos de ellos. Dámaso Alonso los llamó “poetas arraigados”; tienen, por lo general, una visión optimista de la vida y del mundo. Destaca en ellos la temática amorosa y el cultivo del soneto; se observa una vuelta al intimismo como una forma de huir de la realidad.
La obra de Luis Rosales, granadino, ha ido ganando en hondura lírica con el tiempo. Destaca La casa encendida, un libro de recuerdos en el que emplea los versículos y un lenguaje cargado de emoción y de notas surrealistas.
La corriente existencial, de carácter realista, representada primero por la revista  Escorial y más tarde por la revista leonesa Espadaña. Son los llamados “poetas desarraigados”, de línea neorromántica, con una visión pesimista, llena de angustia y de dolor ante el sufrimiento humano: José Luis Cano, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, son algunos de los más destacados. Están influidos por Antonio Machado y por los poetas del exilio.

Junto a estas dos corrientes, hay que destacar también en los años 40 la labor de los poetas del grupo Cántico, como Pablo García Baena, así como el Postismo, movimiento vanguardista fundado por Carlos Edmundo de Ory.
1944 es un año decisivo para la poesía española con la publicación de Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre y de Hijos de la ira de Dámaso Alonso. En Sombra del paraíso se recrea un lugar imaginario, inspirado por la ciudad de Málaga, en la que el poeta pasó parte de su infancia. Hijos de la ira, adscrito a la tendencia de la poesía desarraigada, es un libro revolucionario: con él se inicia una poesía nueva en España, con un lenguaje distinto, basado en el verso libre y en cierto prosaísmo. Es un libro de un realismo expresionista; el autor eleva en él su protesta contra las injusticias del mundo y contra la falta de ilusión del ser humano; también se puede percibir un sentido religioso, con claras influencias bíblicas. Algunos poemas son muy largos; destaca el titulado Mujer con alcuza, cuyo tema es la soledad humana.

En la década de los 50, se cultiva una poesía entendida como comunicación, en la que será determinante la influencia de Historia del corazón de Vicente Aleixandre, otro libro clave de este período. Es una obra de temática amorosa; destaca el poema titulado En la plaza, en el que el poeta expresa su deseo de comunicarse con todos los seres humanos. De la poesía de corte existencialista se pasa a la poesía social, una poesía que es utilizada como instrumento para cambiar la realidad, por lo que está dirigida a una inmensa mayoría. “La poesía es un arma cargada de futuro”, dirá en uno de sus versos uno de los poetas más representativos de esta tendencia, Gabriel Celaya. Se pretende con ella denunciar los males de la realidad, las injusticias sociales, las situaciones de pobreza y de desigualdad que se dan en España. Es una poesía que descuida hasta cierto punto la forma, ya que da más importancia al mensaje. Los poetas más destacados son Gabriel Celaya con Cantos iberos, Blas de Otero con Pido la paz y la palabra y José Hierro con Quinta del 42.

A finales de la década de los 50 muchos poetas abandonan la poesía social, a la que consideran de escasa calidad artística. La poesía será entendida ahora como una forma de conocer el mundo; en ella volverán a aparecer temas íntimos, como la evocación de la infancia, la familia, la amistad, el amor… Es una poesía de la experiencia, caracterizada por un estilo aparentemente conversacional, con cierta dosis de ironía. Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Ángel González, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, y Caballero Bonald, entre otros, componen una generación muy brillante, a la que se ha comparado incluso con la del 27. Algunos de ellos son excelentes líricos y han sido muy influyentes en la formación de nuevos poetas. Jaime Gil de Biedma, uno de los más representativos del grupo de Barcelona, es un autor de reconocido prestigio, con una obra relativamente breve, muy influida por Cernuda y por poetas de lengua inglesa. Ángel González destaca por el empleo de la ironía; su obra es a veces muy tierna, sobre todo cuando aborda el tema amoroso. Claudio Rodríguez se dio a conocer muy pronto, con un libro muy precoz, Don de la ebriedad, al que después siguieron otros de gran mérito; los temas más característicos de él son el sentimiento de la naturaleza y el deseo de alianza y confraternización con los seres humanos.

Durante todo este período, es muy importante también la poesía que se escribe en el exilio. Uno de los temas que más se repite es el de la nostalgia de la patria perdida, junto a otros derivados de la guerra y de las nuevas circunstancias en las que viven los poetas exiliados. Clamor de Jorge Guillén es un libro muy significativo: después de haber celebrado con enorme gozo la alegría de vivir y de estar en el mundo, la poesía de este autor se convierte en un clamor contra los dolores y las injusticias de la historia. Rafael Alberti y Luis Cernuda son dos poetas en los que el tema de la nostalgia es tratado con mucha emoción. Para los dos, casi llega a ser la tierra perdida como un paraíso del que hubiesen sido excluidos.




EL TEATRO ESPAÑOL DESDE 1940


El impacto de la Guerra Civil en el teatro fue tremendo. Tras ella, nada de lo que se hizo sería ya lo mismo. Los límites impuestos por la censura condicionaron bastante la producción teatral.
En los años cuarenta convivieron varias tendencias. Junto a un teatro de carácter comercial, se cultivaron otros de mayor calidad. Uno de ellos fue el drama burgués, que era continuador de la comedia de Benavente. Otro, el más interesante, fue el teatro de humor, en el que destacan dos importantes cultivadores, Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. El primero intentó hacer un tipo de humor original, basado en situaciones inverosímiles. El segundo será famoso por su obra Tres sombreros de copa, que inaugura un humor cercano al absurdo, muy audaz, aunque después se decantaría por un tipo de dramaturgia más convencional.
En los años cincuenta, igual que en otros géneros, surge en el teatro una corriente de signo realista que trata de reflejar los problemas del momento. Los autores más representativos de esta tendencia fueron, sin duda, Alfonso Sastre y Antonio Buero Vallejo.
Este último fue el dramaturgo español más importante de la posguerra. Su producción está marcada por el compromiso moral ante los temas humanos más universales, tratados muchas veces desde una visión cristiana. Buero lleva a su teatro lo que ve a su alrededor: los deseos y frustraciones de los hombres, las mentiras que se inventan para soportar su infelicidad, la presión que ejercen los gobernantes o la sociedad en los individuos para limitar su libertad.
 En los dramas de Buero, los diálogos son muy densos, de una gran hondura y precisión. Junto a ellos, sobresale también el arte de las acotaciones, a las que el autor concede una enorme importancia con el fin de conseguir determinados efectos especiales. Historia de una escalera y En la ardiente oscuridad son algunas de sus obras más representativas. Junto a ellas, también destaca un grupo de dramas de carácter histórico, como Un soñador para un pueblo y El concierto de San Ovidio.
Dentro del teatro de los años cincuenta, hay que mencionar también al granadino José Martín Recuerda, que presentó en sus obras personajes ansiosos de libertad que tuvieron que enfrentarse a las circunstancias históricas en que vivieron.
En la década de los sesenta, surge un movimiento de renovación caracterizado por un acercamiento al teatro extranjero, a todas las corrientes renovadoras que durante el siglo XX se estaban produciendo en Europa y el mundo, como el teatro de Bertolt Brecht o el teatro del absurdo.
Las experiencias más interesantes surgen de los grupos de teatro independiente. En ellos se advierte una nueva forma de entender y de practicar el teatro, en la que el texto cede su papel predominante a otros elementos adicionales, como la expresión corporal, la danza, la música, los efectos de luces, etc. Entre estos grupos, destacan Els Joglars, Tábano y el Teatro Experimental Independiente.
Los autores más importantes de este periodo se enfrentaron a muchos obstáculos. Uno de ellos fue Francisco Nieva, cuyas obras ofrecen un carácter simbólico y vanguardista. Otro fue  Fernando Arrabal, que se caracterizó por una obra rebelde y provocadora, en la cual mezclaba elementos muy diversos.
Junto a todas estas tendencias, se dio también en los años sesenta una vuelta a la comedia burguesa de épocas anteriores, con historias y personajes muy alejados de las circunstancias sociales que existían en aquel momento.
Con la restauración de la democracia, todo pareció cambiar, si bien el teatro tuvo que competir con otros espectáculos que reclamaban también la atención del público. Se cultivó un tipo de teatro neorrealista, cuyos representantes más destacados son José Luis Alonso de Santos, Fermín Cabal e Ignacio Amestoy. José Luis Alonso de Santos, por ejemplo, practicó la comedia humorística en dos obras muy representadas, La estanquera de Vallecas y Bajarse al moro.  Junto a estos autores, hay que destacar a Antonio Gala, que cultivó también el drama histórico, como se puede apreciar en su obra Anillos para una dama.
En las últimas generaciones de dramaturgos se observa una cierta continuidad con respecto a los anteriores, de los que la mayoría se sienten herederos. Se observa también la presencia de conflictos contemporáneos, con elementos procedentes de muy diversos ámbitos.
Una de las obras que ha alcanzado en los últimos años un éxito inesperado ha sido Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez, uno de los actores más importantes de nuestro teatro del siglo XX.



LA NARRATIVA DESDE 1970 A NUESTROS DÍAS

Es una época de transición, de consolidación democrática, en la que se van sucediendo distintos gobiernos. Una época en la que se produce la definitiva integración de España en Europa y en el mundo.
Dos novelas como La saga/ fuga de JB de Torrente Ballester y La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza suponen el fin de los excesos experimentales de las novelas precedentes. En la obra de Mendoza, a pesar de que se mantienen rasgos de las novelas experimentales, se da cada vez más importancia al argumento y a la intriga.
Se vuelve en esta época al relato tradicional, basado en una sucesión de episodios, aunque persisten técnicas y recursos que se habían incorporado en los años 60, entre los que destaca el desorden cronológico, con frecuentes saltos en la organización del tiempo.
Conviven autores de épocas anteriores con otros que se dan a conocer a partir de los años 70. No hay una tendencia dominante: se escriben novelas de temas y estilos muy diferentes. Entre los tipos de novela que se cultivarán en este período destacan los siguientes:
La novela histórica. Constituye uno de los géneros que tiene más seguidores. Crónica del rey pasmado de Torrente Ballester es una de las obras más conocidas, escrita en forma de parodia. El hereje de Miguel Delibes es otra de ellas, sobre la suerte de unos erasmistas españoles en el siglo XVI. Pérez-Reverte, con La tabla de Flandes y la serie de novelas sobre el capitán Alatriste, es también uno de los autores más destacados de este género.
Uno de los acontecimientos que ha inspirado más historias es la Guerra Civil. La noche de los tiempos de Muñoz Molina es un claro ejemplo de ello: se trata de una historia de amor que tiene lugar en medio de aquel tiempo revuelto. Soldados de Salamina de Javier Cercas se basa en un episodio de la guerra protagonizado por el escritor Sánchez Mazas, al que un miliciano le perdonó la vida. Riña de gatos de Mendoza también está ambientada en el Madrid de la guerra.
Hay novelas que recrean también períodos más recientes de la época franquista, como El jinete polaco de Muñoz Molina, en la que se suceden muchos recuerdos del escritor, mezclados con otros de familiares y de amigos. Uno de sus rasgos más destacados es el carácter autobiográfico que tienen muchos de sus relatos. Muñoz Molina es, sin duda, uno de los autores más importantes de este tiempo: sus narraciones tienen mucha fuerza, a veces están dotadas de cierta dosis de poesía; abundan en ellas mucho las descripciones, por lo general muy minuciosas.
La novela policíaca. Es otro de los géneros más seguidos. Manuel Vázquez Montalbán, con sus novelas protagonizadas por el inspector Carvalho, es uno de los autores más leídos. Junto a él, destacan también Antonio Muñoz Molina, Eduardo Mendoza, Pérez-Reverte y Lorenzo Silva.
La metanovela, basada en la reflexión sobre el arte novelesco, como ocurre en En el cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite o en las novelas de Enrique Vila-Matas.
La novela intimista, de carácter introspectivo. El desorden de tu nombre de Juan José Millás y El lápiz del carpintero de Manuel Rivas son dos ejemplos de este género. Juan José Millás es un autor con una gran capacidad de imaginación, con un gran sentido del humor. La mujer loca es su última novela.
Una tetralogía muy destacada fue Antagonía, la obra maestra de Luis Goytisolo. En ella aparecen elementos muy diversos; son historias ambientadas en Barcelona que se plantean como el testimonio de una época. Destacan las múltiples referencias culturales y los aciertos estilísticos, con fragmentos a veces muy largos, en los que el discurso literario adopta diferentes modalidades.
La novela lírica, con un estilo poético. La lluvia amarilla de Julio Llamazares es una obra de este tipo: se trata de las memorias del último habitante de un pueblo abandonado.
La novela filosófica, con abundantes digresiones sobre diversos temas.  Las novelas de Javier Marías son todas de este género, como Mañana en la batalla piensa en mí y Tu rostro mañana. Es un autor que tiene un gran dominio de la lengua: emplea con frecuencia unas frases muy largas, en las cuales incluye a veces expresiones en inglés, fruto del conocimiento que tiene también de esta lengua. Los enamoramientos es uno de sus últimos títulos.
La novela neorrealista, con los autores de la llamada Generación X, como Ray Loriga. En los últimos años se cultiva un realismo que extrae directamente de la realidad escenas y tipos concretos, como ocurre en las novelas de Javier Cercas.
La novela como fábula, en la cual se mezcla la realidad con la ficción. Las novelas de Luis Landero son de esta clase, con personajes muy cervantinos. Carlos Ruiz Zafón, con sus novelas llenas de misterio y de intriga, es otro ejemplo.

También hay que destacar el cultivo del cuento en este período. Algunos de los novelistas anteriores son también autores de cuentos. Junto a ellos, destacan otros que se han dedicado preferentemente a este género, como Medardo Fraile, José Jiménez Lozano, José María Merino, Quim Monzó, Cristina Fernández Cubas, etc.



LA POESÍA LÍRICA DESDE 1970 HASTA NUESTROS DÍAS

En 1970, el crítico catalán José María Castellet publicó una antología que recogía a nueve poetas novísimos: Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer y Guillermo Carnero destacan entre ellos. Son poetas de una gran formación cultural, admiradores de los grandes maestros europeos. Cultivan una poesía experimental, alejada del realismo. Se ven influidos además por los medios de comunicación social, por los tebeos, el cine, la televisión…Utilizan técnicas muy variadas en la elaboración de sus poemas, como el collage o el uso de tipografías diversas, a veces con palabras escritas en otros idiomas. Se dan dos tendencias: una que arranca de la cultura popular y otra más culturalista, con un lenguaje más artificioso.
Otros poetas que se dieron a conocer en los años 70 fueron Antonio Colinas, Eloy Sánchez Rosillo, Jaime Siles y Luis Antonio de Villena. En ellos vuelven a destacar con el tiempo los sentimientos. Antonio Colinas presenta una poesía de acentos religiosos, cercana a veces a la hondura de la mística. Uno de sus temas preferidos es el de naturaleza, a la cual convierte en símbolo. Sánchez Rosillo cultiva temas como el paso del tiempo, la nostalgia por las cosas perdidas, la emoción del arte y de la música… Sus poemas son de una gran belleza.
Más tarde, ya en los años 80, se cultivó una poesía posnovísima, en la que se vuelve al realismo y a una mayor interiorización, con una marcada presencia del humor y de la ironía. Se dan diversas tendencias: el neosurrealismo de Blanca Andreu, el neorromanticismo de Antonio Colinas, el sensualismo de corte femenino, el decadentismo de Luis Antonio de Villena, la poesía abstracta de Antonio Gamoneda y la poesía de la experiencia, con muchos partidarios.
Entre los principales representantes de esta última tendencia, sobresale el granadino Luis García Montero. Se trata de una poesía que continúa la línea iniciada por Gil de Biedma y Ángel González en los años 50. Es una poesía de temas cotidianos y urbanos, con cierto carácter narrativo y con una visión desencantada de la vida. Aunque parece coloquial, su estilo no está falto de ritmo ni de grandes aciertos expresivos. Uno de los temas más cultivados por García Montero es el amor, un amor por el que toma también conciencia del mundo que lo rodea. En su poesía tienen mucha importancia los recuerdos, la evocación de un pasado que aparece ligado a unas circunstancias y a unos lugares concretos. También son muy características de su estilo las imágenes, muchas veces de carácter surrealista. En general, se trata de un poeta muy intuitivo.
 Además de García Montero, destacan otros poetas en este periodo, como Luis Alberto de Cuenca, Miguel d´Ors, Felipe Benítez Reyes y Carlos Marzal.
En Luis Alberto de Cuenca se pueden apreciar resonancias de los clásicos, fruto de sus conocimientos del latín y del griego. Uno de los temas más frecuentes en su poesía es el amor, tratado de diferentes maneras, a veces con un tono humorístico. Miguel d´Ors, afincado en Granada, destaca por el uso de la ironía. Felipe Benítez Reyes sobresale por el empleo de la metáfora y por una expresión ingeniosa y brillante. La poesía de Carlos Marzal tiene un carácter más reflexivo y profundo. Su obra más importante es Metales pesados, en ella afronta cuestiones fundamentales de la vida y el tiempo, de la conciencia y los sentimientos. Son todos ellos poetas que muestran un gran dominio del lenguaje; utilizan, por lo general, unos metros determinados (heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos, preferentemente).
La poesía ha seguido siendo un género minoritario en estos últimos años, sobre todo si se la compara con el respaldo que ha contado la narrativa. Las publicaciones de poesía han sido siempre mucho más reducidas; en este sentido, cabe destacar el esfuerzo realizado por algunas editoriales, como Hiperión, Tusquets, Visor y Renacimiento.
El panorama de las dos últimas décadas es muy variado y presenta importantes sorpresas. Se ha cultivado desde una poesía que vuelve a un cierto clasicismo hasta una poesía  de la diferencia, tendencia que propugna la libertad creativa y que acusa a los poetas de la experiencia de cierto oportunismo mediático.
Luisa Castro, Benjamín Prado y Vicente Gallego son algunos de los poetas que más han destacado en este amplio panorama. Vicente Gallego en su obra Santa deriva cultiva una poesía profunda, sobre temas universales como el ansia de eternidad, los límites del conocimiento humano, el dolor, la alegría, la duda, etc. Utiliza a veces un estilo barroco, con hipérbatos, paradojas, antítesis y símbolos muy sugerentes. Su voz es por momentos rebelde, con preguntas que dirige a un Dios ausente.
No hay que olvidar, por último, la obra de los autores pertenecientes a las generaciones anteriores, que han continuado publicando en ocasiones libros muy interesantes. Uno de ellos, Cuaderno de Nueva York de José Hierro, constituyó todo un acontecimiento. También han publicado excelentes obras posteriores Claudio Rodríguez, Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald y Jaime Siles, entre otros. No se puede olvidar, finalmente, a algunos poetas granadinos que, pertenecientes a distintas generaciones, han seguido escribiendo en estas décadas, como Elena Martín Vivaldi, reconocida como una de las grandes voces de la poesía española después de la generación del 27, mujer dotada de una gran sensibilidad, con un estilo claramente romántico, influido por Bécquer y Juan Ramón Jiménez principalmente, con temas como la soledad, el desamor o el paso del tiempo. Otro poeta importante, junto a Rafael Guillén, es Antonio Carvajal, galardonado con diferentes premios, autor de una poesía clásica, a veces barroca, de un gran preciosismo.




La novela y el cuento hispanoamericanos en la 2ª mitad del siglo XX


En la narrativa hispanoamericana del siglo XX se cultivan con igual importancia el cuento y la novela. Casi todos los narradores hispanoamericanos han escrito también cuentos, como Cortázar, García Márquez, Juan Carlos Onetti o Arturo Roa Bastos, por citar algunos ejemplos. Otros autores incluso se han dedicado preferentemente a este género, como Jorge Luis Borges, Julio Ramón Ribeyro o Augusto Monterroso. Por su enorme calidad, muchos de ellos se han convertido en auténticos maestros del relato breve. En él se pueden encontrar los mismos temas y preocupaciones que se hallan en las grandes narraciones, los mismos ambientes que suelen aparecer en ellas. 
La literatura hispanoamericana había empezado a ser autónoma a partir del Modernismo. En la primera mitad del siglo XX se había consolidado esta madurez. En la narrativa había surgido una corriente, conocida como regionalismo, que planteaba la vieja dicotomía de civilización frente a barbarie mediante la oposición del campo frente a la ciudad. Tuvo cuatro variedades esta corriente: la novela de la revolución mexicana, la novela de la tierra (con obras tan representativas como La vorágine de José Eustaquio Rivera y Doña Bárbara de Rómulo Gallegos), el indigenismo (con El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría) y la vuelta a la literatura gauchesca con Don Segundo Sombra de Güiraldes. Gran parte de estas variedades tendrán su continuación en autores posteriores de la literatura hispanoamericana, como ocurrirá con Juan Rulfo y Carlos Fuentes en el caso de la revolución mexicana o con Miguel Ángel Asturias con respecto al indigenismo.
En los años 40 y 50 aparecieron varias corrientes nuevas. Una de ellas fue la de carácter existencial, representada por las narraciones de Juan Carlos Onetti y por El túnel de Ernesto Sábato, novela que puede ser interpretada como una parábola de la condición humana. Otra corriente fue la de tipo social, que tuvo continuación en los años siguientes: una de sus manifestaciones más importantes fue la novela del dictador, cultivada por Miguel Ángel Asturias, García Márquez y Augusto Roa Bastos, entre otros. En estas décadas comenzó a gestarse también el realismo mágico. Uno de los precursores de este movimiento fue, sin duda, Jorge Luis Borges, en cuyos cuentos triunfaba ya la ficción sobre la realidad. Con esta última corriente se abre un mundo novelesco en el que lo real y lo fantástico se muestran íntimamente unidos. Es algo que de alguna manera existía en la propia cultura americana. Alejo Carpentier decía que la historia de América es toda ella una crónica de lo real maravilloso; la presencia de una naturaleza exuberante, los fecundos mestizajes que se produjeron, la mezcla de diferentes culturas, la oposición entre civilización y barbarie, el estallido de las revoluciones, fueron elementos que conformaron el realismo mágico. Las gentes de América creían en los relatos fantásticos, en los poderes de la magia. Se ha dicho incluso que el realismo mágico ha sido la característica esencial de la literatura hispanoamericana desde sus orígenes. Algunos de los primeros cultivadores de esta corriente en los años 40 y 50 fueron, además de Borges,  Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y Juan Rulfo.
En estos años se produjo, además, una profunda renovación de las técnicas y del estilo de la novela. Fue determinante la influencia de los grandes narradores del siglo XX: Kafka, Proust, Joyce, Faulkner, Hemingway, etc.
En los años 60 se produjo el boom definitivo de la narrativa hispanoamericana. En esta década se consolidaron todas las características que habían aparecido antes. Entre ellas, hay que destacar el abandono de la estructural lineal de los relatos, la sustitución de los espacios realistas por otros imaginarios, el empleo de narradores múltiples o ambiguos que sustituyen al narrador omnisciente tradicional, etc. Se publicaron en estos años novelas fundamentales: Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, Rayuela de Cortázar, Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, Cien años de soledad de García Márquez, Conversaciones en la catedral de Vargas Llosa, etc. A ellas hay que sumar otras posteriores, como La consagración de la primavera de Alejo Carpentier y Terra nostra de Carlos Fuentes.
A partir de los años 80, cedieron los experimentalismos y fueron apareciendo nuevos temas y tendencias. Una de las notas más destacadas es la presencia de una narrativa femenina, representada por Isabel Allende, Ángeles Mastretta, Laura Esquivel, Zoe Valdés, etc.  Isabel Allende, sobre todo, alcanzó un gran protagonismo a partir de La casa de los espíritus, novela de carácter histórico que hunde sus raíces en el realismo mágico. Un escritor destacado de este período fue Luis Sepúlveda, que cultivó una temática de carácter ecológico con novelas como Un viejo que leía novelas de amor.
La lista de escritores hispanoamericanos es interminable. Además de los que ya se han citado, destacan otros como Bioy Casares, José Donoso, Jorge Edwards, Bryce Echenique, Álvaro Mutis, Reinaldo Arenas, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Roberto Bolaño, etc.
En la narrativa hispanoamericana de la 2ª mitad del siglo XX hay autores y obras que resultan imprescindibles, cuya influencia ha sido decisiva en otras literaturas.
Jorge Luis Borges fue un escritor genial, de una gran cultura. Sus cuentos son imprescindibles: en ellos aparecen temas muy profundos, con un valor simbólico. Su obra El aleph  es una de las más conocidas.
Pedro Páramo de Juan Rulfo es una novela esencial. En ella se cuenta una historia que ocurre en Comala, un pueblo fantasmal al que llega Juan Preciado en busca de su padre, Pedro Páramo.
En Cien años de soledad, García Márquez relataba la historia de los Buendía en Macondo, un pueblo mítico que estaba condenado a desaparecer desde su fundación. Es la obra cumbre del realismo mágico. Muchos han visto en ella una metáfora de la condición humana, en la cual también se pueden advertir resonancias históricas, aspectos de la propia realidad hispanoamericana. Una de las mayores aportaciones de García Márquez, además del papel de la imaginación, fue la creación de un estilo nuevo para la narrativa, con un gran derroche de metáforas y de otros recursos estilísticos. Otra novela importante de García Márquez fue El amor en los tiempos del cólera, escrita ya de una forma distinta: se trata de una historia de amor protagonizada por unos personajes inolvidables, en un ambiente que ya no está presidido por la magia.
En Rayuela de Cortázar, el caos de la estructura de la novela refleja el que vive el mismo protagonista. Es una novela que admite dos lecturas.
La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa y El siglo de las luces de Alejo Carpentier relatan distintos episodios de la historia americana. En las últimas décadas hay que destacar sobre todo la producción de Vargas Llosa, galardonado con el premio Nobel de Literatura: se trata de un magnífico narrador, capaz de construir de grandes historias, con un estilo también plagado de figuras literarias. La fiesta del chivo y El sueño del celta son algunas de sus últimas obras más destacadas.




EL ENSAYO ESPAÑOL EN EL SIGLO XX

Los escritores de finales del siglo XIX, como sabemos, sufrieron una crisis general de conciencia, derivada del declive del optimismo que había inspirado el racionalismo de la segunda mitad de aquella centuria. En España, esta crisis coincidió con la decadencia del sistema político de la Restauración, a la que se sumó otra crisis de valores ocasionada por el llamado “desastre del 98”. Estos autores españoles  plantearon en sus escritos la reforma del país; más tarde, cuando se dieron cuenta de la inutilidad de sus proyectos, evolucionaron hacia posturas más conservadoras o más esteticistas: en sus ensayos, reflexionaron sobre España y buscaron la esencia nacional en sus paisajes, en su historia y en sus múltiples manifestaciones culturales. Creían que existía un carácter español, con una psicología específica; Castilla, que había sido el centro neurálgico de la historia de España, fue para ellos la tierra que mejor encarnaba ese carácter. Con estas reflexiones, que publicaron a menudo en la prensa, dieron cada vez más consistencia al género del ensayo. Los dos ensayistas más destacados de esta generación fueron Unamuno y Azorín.
Los dos temas que más preocuparon a Unamuno fueron la fe y España.  Debido a su contradictoria personalidad, siempre mantuvo un intenso debate entre fe y razón, entre su ansia de inmortalidad y su prurito razonador, aunque por los testimonios y por las pruebas que da parece que se inclinó por el lado de la religión. Del sentimiento trágico de la vida y Agonía del cristianismo son dos ensayos en que reflexiona sobre este asunto.
En su libro En torno al casticismo expresaba su preocupación por el tema de España y desarrollaba el concepto de intrahistoria, que tanta importancia tendrá en la generación del 98.
Azorín se dedicó desde su juventud al periodismo: en sus artículos se hace patente la evolución de su pensamiento, desde posiciones anarquistas hasta posturas más bien conservadoras y esteticistas.
Otros ensayistas del mismo periodo fueron Ángel Ganivet, al que se le considera pionero de la generación del 98 con su Idearium español;  Ramiro de Maeztu, que evolucionó también hacia posturas muy conservadoras; y Antonio Machado, del que cabe mencionar su obra Los complementarios.
El Novecentismo o la generación de 1914. Fue esta otra generación de grandes ensayistas. Entre los rasgos más destacados de su pensamiento pueden citarse los siguientes: el europeísmo, motivado sobre todo por el atraso científico que se advertía en España; el vitalismo con que trataron de responder al pesimismo y al sentimiento trágico de la vida de sus antecesores; la necesidad de una reforma política, basada en un análisis riguroso de la realidad. Muchos escritores de esta generación cultivaron el ensayo: Manuel Azaña, Pérez de Ayala, Eugenio d´Ors, Américo Castro, Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna… Sin embargo, la personalidad más destacada de este grupo fue sin duda José Ortega y Gasset, al cual se le deben algunos de los más importantes ensayos del siglo XX.
El pensamiento de Ortega se propone indagar en la realidad de la vida humana, entendida de forma individual: conjuga para ello dos actitudes, el vitalismo irracionalista y el racionalismo puro. Para él, el yo, el individuo, es inseparable de su entorno, de la circunstancia de la que forma parte.
Ortega y Gasset escribió ensayos filosóficos, como El espectador, La rebelión de las masas o España invertebrada, en los que se detenía en analizar también la problemática realidad de nuestro país. Entre sus escritos sobre ideas estéticas, sobresale La deshumanización del arte.
El estilo que emplea Ortega en sus ensayos es muy literario. Su vocabulario es muy rico, pues incluye cultismos, arcaísmos, neologismos, etc. Sin embargo, lo que más lo caracteriza y distingue es el uso de numerosas metáforas, con las cuales trata de asombrar y persuadir al lector.
El ensayo en los años cuarenta estuvo supeditado a las condiciones políticas, ideológicas y morales de la dictadura. Muchas veces los textos versaron sobre temas inocuos, poco representativos. Las mejores producciones de esta época corresponden al campo de las ciencias humanísticas, como sucede con los estudios filológicos de Rafael Lapesa y de Dámaso Alonso.
En los años cincuenta se produjeron cambios ideológicos que permitieron la práctica de un ensayismo más crítico. Entre los autores más importantes de este periodo, destacan Pedro Laín Entralgo, José Luis Aranguren, Julián Marías y Enrique Tierno Galván.
Por estos mismos años, se estaba llevando a cabo un interesante ensayismo en el exilio, por parte de los intelectuales españoles que salieron de España a causa de la Guerra Civil. Entre ellos, sobresalen dos figuras, María Zambrano y Francisco Ayala.
María Zambrano, malagueña, fue discípula de Ortega. Es autora de una obra excepcional. Se ha destacado especialmente la belleza de su prosa, en la que intentó una fusión entre filosofía y lírica. Concibió el pensamiento como una condición de la vida humana, indagó en el amor, en la memoria, en el lenguaje, en la experiencia mística…
Francisco Ayala, además de novelista, es autor de numerosos ensayos de sociología, filosofía política y crítica literaria.
La década de los sesenta vivió importantes acontecimientos culturales que proporcionaron un gran impulso al género ensayístico: el desarrollo de las ciencias humanas, la recepción del pensamiento europeo y estadounidense, la fundación de nuevas revistas, la aparición de importantes editoriales.
En los años setenta los ensayos muestran cambios notables: una mayor actitud crítica, una voluntad de comunicación y una libertad de expresión que hasta ese momento no se había tenido. Los temas fueron muy variados, pero destacaron los ensayos de índole política.
En los ochenta, en cambio, decreció el interés por los temas políticos; predominaron las reflexiones éticas y estéticas.
En las últimas décadas, ha tenido una mayor relevancia el análisis de los cambios que ha experimentado la sociedad actual. Por lo general, el ensayo se ha cultivado con una mayor libertad formal y con un estilo que se ha acercado en muchos momentos al lenguaje literario; se ha mezclado también con otros géneros, como las memorias, las biografías, el artículo periodístico, etc., acentuándose así en estos casos su indeterminación genérica. Entre los autores más destacados, se encuentran Fernando Savater, José Antonio Marina, Francisco Umbral, Félix de Azúa, Luis Antonio de Villena, Antonio Muñoz Molina, Jon Juaristi, etc. La mayoría de ellos han publicado sus pensamientos en forma de artículos periodísticos, ya que son asiduos colaboradores de los más importantes periódicos.

EL PERIODISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XX

En el siglo XX, los periódicos se convirtieron en uno de los principales vehículos para la expresión del pensamiento y de la cultura. En sus páginas, se difundirán y analizarán los acontecimientos que mayor influencia van a tener en la sociedad contemporánea.
Durante el primer tercio del siglo XX, los periódicos de mayor difusión que había en España eran los siguientes: La Vanguardia (editado en Cataluña), ABC (fundado por Torcuato Luca de Tena en 1903, de ideología monárquica y conservadora), El Debate (de inspiración católica), El Sol (impulsado por Ortega y Gasset, con una voluntad renovadora), La Nación (referente de la derecha), El Socialista, Tierra y Libertad y Mundo Obrero (estos tres últimos, ligados a los partidos de izquierdas). Son todos periódicos que al principio no alcanzaron las tiradas de otras publicaciones europeas; sin embargo, a partir de 1910 empezaron a convertirse en medios más poderosos, con un lenguaje más ágil y con un léxico y un estilo muy modernos; cada vez incluirán más secciones y elementos nuevos, como fotografías, suplementos dedicados a la economía, los espectáculos, el deporte, etc. Junto a esta prensa diaria, se desarrolló otra semanal no menos interesante, como fue el caso de las revistas ilustradas, en las que colaboraron también autores de gran talla: uno de los ejemplos más notables lo constituye el semanario Blanco y Negro, que alcanzaría un enorme éxito.
No hay que olvidar que gran parte de las ideas y de los pensamientos de los escritores del 98 se difundieron en los diarios de la época. Unamuno, mentor de la generación, utilizó a menudo el artículo como el medio más adecuado para la expresión y la comunicación de sus ideas, como así se demuestra con la recopilación posterior de todos sus artículos en forma de libros. Azorín fue otro escritor del 98 que ejerció el periodismo: en un artículo muy famoso de 1913 daba nombre a la generación a la que él pertenecía; en otro, también muy conocido, hablaba del nacimiento de un nuevo grupo de intelectuales, al que se bautizó como generación del 14 o Novecentismo.
Más tarde, en la aludida generación del 14, muchos de sus miembros se valieron del artículo periodístico como vehículo apropiado para la plasmación de sus cualidades intelectuales y artísticas. Ortega y Gasset es sin duda el ejemplo más preclaro; fue, además, el fundador y director de la Revista de Occidente, que tanta importancia  tendrá en los años venideros. Junto a él, hay que destacar también a Eugenio d´Ors, Gómez de la Serna, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala. Este último, por ejemplo, continuaría utilizando el artículo durante mucho tiempo.
Muchos poetas del 27 colaboraron en periódicos y en revistas de su época; destacan, sobre todo, sus artículos de crítica literaria. Un autor muy cercano a ellos fue César González Ruano, al cual se le considera como un maestro del periodismo contemporáneo; cultivó todos los géneros literarios, pero destacó sobre todo como periodista: escribió excelentes artículos y realizó un gran número de entrevistas a las personalidades más relevantes de la actualidad española e internacional.
En la generación inmediatamente posterior a la del 27, sobresale Francisco Ayala, un excelente ensayista que publicó con bastante asiduidad artículos en los que expresaba sus pensamientos acerca de los temas que más llamaban su atención, todos ellos de un gran interés humano.
Durante la guerra civil, se instituyeron en las dos zonas enfrentadas organismos oficiales dedicados exclusivamente a la propaganda. En la zona geográfica ocupada por cada bando solo podían editarse periódicos adictos. El caso más curioso lo protagonizó ABC, cuya edición en Sevilla continuó respondiendo a una ideología tradicional, apoyando al bando de los sublevados, mientras que las instalaciones de Madrid fueron expropiadas y se editaba con la misma cabecera, pero al servicio de la causa republicana.
En las trincheras de los sublevados se difundía un periódico satírico, La Ametralladora, en el que colaboraban humoristas de la talla de Miguel Mihura y Álvaro de la Iglesia, que luego continuarían el género con La Codorniz. En la zona roja se difundía, a su vez, El mono azul, en el que colaboraron algunos poetas del 27.
Durante el franquismo, se produjo un gran control por parte del Estado de los medios de comunicación, al tiempo que en otros países democráticos triunfaba la libertad de expresión. Algunos de los periódicos más importantes durante el franquismo fueron los siguientes: Arriba (considerado como el órgano del Movimiento Nacional), El Alcázar (de extrema derecha), Diario Ya (católico), Pueblo (próximo al sindicato vertical y cercano después a sectores de la izquierda), ABC (dentro de la misma línea conservadora y monárquica, dirigido ahora por Luis María Ansón, que llegará a ser miembro de la Real Academia de la Lengua), Cambio 16 ( de orientación liberal, se convirtió en el periódico más progresista de España en los últimos años del franquismo).
Además, habría que destacar también la meritoria labor de otros periódicos provincianos, como El Norte de Castilla, dirigido por Miguel Delibes, en el cual colaboraron entre otros José Jiménez Lozano y Francisco Umbral, dos de los más ilustres periodistas españoles de la segunda mitad del siglo XX.
En 1966, Manuel Fraga, ministro de Información, impulsó una nueva ley de prensa, que abolió la censura previa. Sin embargo, esta liberalización fue sólo relativa, pues nunca dejó de existir un cierto control estatal.
Aparecieron en esta época publicaciones de otra clase, como las dedicadas a un público infantil o las que dieron en conocerse como prensa del corazón.
En 1970 se inició una crisis que dio entrada a la sociedad de información en la que estamos inmersos.
Con la transición, aparecieron periódicos nuevos que tendrán una influencia decisiva en la opinión pública, como El País, El Mundo, La Razón, etc. Casi todos ellos se presentaron con una clara orientación ideológica. Fueron, además, años en los que se dieron a conocer importantes periodistas. A los mencionados Jiménez Lozano y Francisco Umbral, se sumaron otros articulistas de gran valía, como Antonio Gala, García Márquez, Vargas Llosa, Fernando Savater, Jorge Edwards, etc. Muchos de ellos se convirtieron en excelentes columnistas, como son los casos de Jaime Capmany, Manuel Alcántara, Martín Prieto, Raúl del Pozo, etc.
En los últimos años, se ha producido un nuevo fenómeno, paralelo al que se ha llevado a cabo en el mundo de la comunicación, como es la aparición de una prensa digital, que ocupará un lugar cada vez más significativo en la sociedad contemporánea.